Una sala de espera para el acogimiento
Hoy en día, en el marco de la Comunidad de Madrid, el número de menores que requieren de ayuda para estabilizar sus vidas asciende a más de 1.550. En la mayoría de los casos (35,4%) las edades de entre 4 y 8 años son las más demandadas por las familias de acogimiento según datos publicados por el INE (Instituto Nacional de Estadística). Son muchas las familias dispuestas a ofrecer esta ayuda, pero los trámites que se han de llevar a cabo este fin pueden conducir a la desesperación.
«Si un menor tutelado recibe una llamada de un familiar cada seis meses, no se considera que está en abandono» Sofía Marqués, profesora y madre que decidió acoger en su familia a un menor tutelado por la Comunidad de Madrid, cuenta con tono entristecido su experiencia con este sistema. Allí, en su aula, se encontró con el abandono real y práctico de un niño, pero que no se reconocía legalmente. Fue de sus hijos biológicos, María y Jaime, de donde surgió la idea de que aquel niño que usaba ropa prestada de sus compañeros de residencia pudiera convivir y compartir su vida junto con ellos.
Sofía vivió un largo y tedioso proceso que duró varios meses donde los test psicológicos, las entrevistas y las visitas a su hogar se sucedían sin parar. «Lo que veo es que realmente no se mira el bien del niño». Considera que un menor que se encuentra tutelado por la Comunidad de Madrid no debe tener que esperar tal largo proceso administrativo para poder vivir en condiciones familiares estables.
La adaptación del menor a su hogar, en este caso, fue positiva hasta el momento en el que tuvo contacto con su familia biológica. Su interés por el número de teléfono de casa fue lo que más alarmó la atención de Sofía por lo que, en el momento en el que la convivencia era insostenible, tuvo que dejar ir a ese menor que era demandado por su familia, pues ésta siempre prima sobre las familias acogedoras. El apoyo institucional ante esa situación era muy mermado, y la familia de Sofía se quedó con el dolor de que el niño que había acogido solidariamente en su casa, iba a vivir en una situación que finalmente, se alejaba de la estabilidad buscada.
En la Comunidad de Madrid hay un total de 1.550 menores atendidos entre 3 y 17 años que residen en centros de día, recogidos en 21 distritos diferentes. Esta cifra difiere en cuanto al sexo, habiendo un total de 696 niñas y 854 niños, 158 menores menos de sexo femenino en comparación al masculino, según los datos del INE (Instituto Nacional de Estadística). Un 35,4% de los menores son acogidos entre las edades de 4 a 8 años, un 22,4% entre 9 y 12 años y solamente un 11% son acogidos cuando tienen más de 13 años. Las familias acogedoras prefieren a niños menores de 8 años porque pueden acarrear problemas que nacen de su mala situación familiar original.
La opinión de los especialistas
Mª Ángeles Espinosa, directora del Instituto Universitario de Necesidades y Derechos de la Infancia y la Adolescencia, afirma que las mencionadas consecuencias son producidas por varios factores de riesgo, entre los que destacan las situaciones de exclusión social, donde se mezclan problemas laborales, falta de recursos materiales, consumo de sustancias tóxicas o incluso problemas socio familiares, todos ellos por parte de los progenitores. Si estos factores de riesgo superan a los factores protectores refiriéndonos a estos como una buena situación y carácter de los padres en el hogar, se toma la decisión de separar al niño de su familia biológica. El mayor porcentaje se da en la drogodependencia, con un 18%, seguido de la situación de prisión con un 14% y el alcoholismo con un 11,6%.
Estas situaciones provocan muchos daños al menor, tanto físicos como psicológicos. Muchos niños crecen y pesan menos, pueden desarrollar problemas de salud, cognitivos, de interacción con otros niños, de atención y concentración o incluso de memoria y racionamiento, ya que la interacción con el adulto y el entorno es lo que les ayuda a desarrollarse.
Entre los problemas más relevantes de salud y psicológicos que se encuentran las familias acogedoras ajenas, un 8,4% son los vinculados a la conducta del menor, un 2,5% de trastorno de hiperactividad y déficit de atención y otro 2,5% de retraso madurativo, según el Observatorio de la Infancia, en otras palabras, las consecuencias para el menor son irrevocables.
Descontento con el sistema
Rosario Municio, madre de dos hijos, tomó la decisión de comenzar el proceso de lo que se denomina acogimiento extenso. Sus dos sobrinos se encontraban en una situación de abandono con, además, una familia desestructurada. «Estos niños estaban acogidos en la Comunidad de Madrid en un centro tutelado, cosa que me parece mal, porque un niño de 1 año y otro de 3 años, con unos padres que no son nada responsables, deberían haber sido dados en adopción»
A partir de que los menores tuvieron 10 y 12 años, Rosario consiguió su tutela parcial donde residían en su casa los fines de semana. Desde que ellos entraron en el centro, comenzó a luchar por que esos niños encontrasen el hogar en su casa, pero «los padres son los que mandan en ello, si los padres no te firman, tú no puedes hacer absolutamente nada» Opina que la Comunidad de Madrid no regula debidamente el sistema de acogimientos, ya que si hay una familia que puede responder a las necesidades del menor, ¿Por qué no se facilita ese proceso? Pablo y Dani, dos menores que estaban sufriendo, querían ser acogidos por Rosario.
Una vez que obtuvo la tutela parcial de los menores, Rosario tuvo que convivir con un nuevo agravante: el acoso telefónico de la madre biológica de los menores acogidos. La Comunidad de Madrid, ante esta situación, no tuvo reacción alguna, ella solo podía «llamar y decírselo para que lo supiesen, nada más». Afirma que lo más importante es que los menores se despeguen de los problemas de su familia biológica y puedan volver a formalizar su vida en un ambiente estable, y para ello la Comunidad de Madrid tiene que tomar cartas en el asunto.
En la Comunidad de Madrid hay un total de 2.932 familias atendidas divididas de nuevo en los 21 distritos que componen Madrid, siendo la Latina donde más familias ayudadas hay, 256 y Arganzuela el lugar donde este número es menor, 74. La atención y ayuda para las familias es algo esencial sobre todo para los primeros meses donde el menor acogido se está adaptando.
Otro caso de acogimiento es el de Almudena Macías, maestra que consiguió satisfacer sus necesidades maternales con el acogimiento estival de un menor extranjero. La experiencia con su primera adopción le hizo querer intentarlo de nuevo. En un primer momento, se decantó por el acogimiento nacional permanente, pero en los cursos que realizaron para este proceso se encontró con vivencias que no fueron de su agrado.
Un caso que le llamó la atención fue el de una familia que, tras un periodo de acogimiento de una menor, la Comunidad de Madrid le obligó a devolver a su familia biológica, y pocos meses después la encontraron pidiendo en una Iglesia. «La administración se llena la boca con palabras de que lo importante es el bienestar del niño, pero yo creo que eso no es así realmente». El proceso de preparación no fue de su agrado, ya que ella era reacia a las cuestiones que le planteaban, por lo que finalmente y tras 6 meses, declararon que no era idónea para ser madre acogedora nacional.
El acogimiento de Antón, un menor ucraniano, y el hecho de que este fuera de manera estival, es decir, solamente en periodo vacacional, fue el resultado de este proceso. Este tipo de acogimiento también sirve de ayuda tanto para los padres como para los menores. Antón se encontraba no en una familia nociva para él, sino que las condiciones económicas no eran las suficientes, por lo que los padres biológicos de este menor decidieron introducirle en este sistema, para que el periodo en el que venía a España le sirviese de descanso y recuperación.
¿Es efectivo el sistema de acogimiento?
Mª Ángeles opina que el sistema de acogimiento que tiene la Comunidad de Madrid está bien regulado formalmente, sin embargo, los apoyos no acompañan. La ley recoge de una manera bastante completa el proceso que lleva a cabo un menor en estas situaciones, pero sin apoyo presupuestario, no es posible llevarlo debidamente a la práctica.
Las familias acogedoras necesitan formarse, al igual que necesitan apoyo psicológico los menores, y todo eso viene dado de la mano de profesionales que tienen que recibir un sueldo a cambio. Sin embargo, los recursos económicos son insuficientes.
Por tanto, a la hora de poner en práctica este proceso, no se consigue todo lo esperado no por falta de profesionales, sino por falta de un apoyo donde el dinero juega un papel fundamental.
Inestabilidad prolongada
Aunque pudiera parecer en un primer momento que los menores comprendidos entre 0 y 3 años no se ven tan afectados por estas situaciones, en realidad también sufren consecuencias, como afirma Gerardo Echeita, profesor titular de Psicología Evolutiva y de la Educación. Cuando entre un bebé y sus progenitores, no hay relación afectiva y, por lo tanto, hay una pérdida de apego, no tiene la seguridad suficiente para empezar a explorar el mundo con sus recursos cognitivos. En ese momento, la figura de apego actúa como plataforma de seguridad.
Se trata de una etapa muy delicada, no solo psicológicamente para el bebé sino también físicamente, ya que el descuidado del mismo puede conllevar a nefastas consecuencias alimenticias, por lo que influye también en el crecimiento y en el estado físico del cuerpo del menor en cuestión.
Si la situación de inestabilidad es prolongada, estas consecuencias pueden alargarse durante todo el periodo de crecimiento, pudiendo causar así problemas aún más graves.
Un 36,3% de los niños y niñas acogidos en familias ajenas presentaban importantes problemas de salud. La mejoría de estos niños cuando son recibidos en la familia de acogida es de aproximadamente el 70%.
Un salvavidas para el menor
El hecho de acoger a un niño que necesita un entorno estable para rehacer su vida o bien para recuperarse, es un acto de bondad y desinterés por la familia acogedora. Esta se prepara psicológicamente para la posibilidad de la ida del niño tras un periodo, pero en el tiempo en el que conviven con él le aceptan como uno más de la familia.
Este es el caso de Gregoria Caro, hija de una familia en la que la llegada de un menor saharaui fue muy bien aceptada. Se trata de un acogimiento estival en el que la familia acogedora sirve de salvavidas para la situación en la que viven los menores el resto del año.
El menor acogido por la familia de Gregoria llegó cuando ella tenía 14 años. No era muy consciente de lo que ello suponía, pero afirma que su e experiencia fue del todo positiva. Los acogimientos no solo favorecen a los menores, sino que también son positivos para la familia que acoge. Cuando supo cómo vivía ese menor al que estaban acogiendo, Gregoria comprendió lo afortunada que era.
Cuando lo vio por primera vez, Gregoria sintió impotencia. Veía a un menor vestido con una camiseta rota de publicidad, un traje de baño y además iba descalzo. « Ellos llegan sin nada, vienen aquí para que les ayudes». «Tenían unos derechos y unas libertades que se les han quitado por acuerdos»
Recuerda con añoranza una anécdota de la convivencia con el menor. La pobreza con la que viven hace reaccionar de manera diferente a los menores extranjeros ante situaciones tan cotidianas como son los parques donde los niños juegan, ya que en su país eso no existe, y las formas de jugar son distintas. « Con 11 años que tenía, sus juegos eran tumbar a los niños en el suelo y correr por encima de sus barrigas, y quien más aguantara, ganaba»
El menor acogido por la familia de Gregoria era de los más afortunados, tenía una casa hecha de cartón-piedra que no soportaba las lluvias y colchones para dormir. La situación en la que viven es precaria. Aun así, el tiempo que pasan en las familias de acogida les ayuda a recuperarse para poder continuar, porque ellos no se quieren quedar con las familias acogedoras, sino que las necesitan para sobrevivir.
Una gran multitud de menores precisan de ayuda para poder estabilizar sus vidas. Existe la voluntad, pero cuando se lleva a la práctica, la situación se torna más complicada. La dificultad de los trámites y su tardanza hacen de este un proceso demasiado largo para familias desinteresadas cuyo único objetivo es ayudar al menor que está viviendo en condiciones precarias. Por otro lado, debido a las situaciones en la que están los menores, en la mayoría de los casos non gratas, lo último que querrían es tener que aguantar largas esperas para recibir la ayuda que necesitan y que, afortunadamente, muchos están dispuestos a dar, pero necesitan que les derriben el muro para poder hacerlo.
Fabuloso.