La España Invisible
En el escudo de la provincia de Soria hay una frase que reza: «Soria pura, cabeza de Extremadura», en recuerdo de la Mesta y el movimiento de ganado en las estaciones de invierno hacia tierras más cálidas. Hoy en día, la Mesta ha desaparecido y el sector primario está en decadencia continuada. Las oportunidades para ganarse la vida se esfumaron de la comarca soriana de Tierras Altas, la más despoblada dentro de la inmensa España Vacía, la Laponia española. Como también se esfumó de los pueblecitos del resto de la provincia, y de otras como Cuenca, Guadalajara o Teruel. En Taniñe, un despoblado del norte de Soria a 46 kilómetros de la capital, un hijo del pueblo argumenta: «en Soria está prohibido hablar de despoblación, hay que hablar de repoblación». Sin embargo, concluye que hay que reconocer la existencia de lo primero para conseguir lo segundo.
«¿Y si tu pueblo desapareciera?» Es la pregunta que el periodista Jordi Évole formulaba en su programa dedicado a la despoblación a dos entrevistados de avanzada edad en uno de los pueblos perdidos a donde llegaron las cámaras de La Sexta. Esta pregunta ya no se la hacen en varias comarcas de la Laponia española, porque hace décadas que se dieron de bruces con la realidad: numerosos pueblos que, en apenas unos años, se quedaron sin habitantes o apenas sin ellos, por diversas causas que ya desde comienzos del siglo XX se iban arrastrando.
La despoblación, ¿un problema político?
Como recuerda Kiko Garrido, responsable de desarrollo rural en el Consejo Ciudadano Estatal de Podemos, el problema de la despoblación rural lo ha sufrido la mayor parte del mundo civilizado desde el siglo XX, no solo España. Hay que puntualizar, eso sí, que aquí comenzó un poco más tarde. Entre 1930 y 1970, por razones económicas, las fábricas empezaron a marcharse de las zonas rurales, para concentrarse en los grandes núcleos urbanos. Mientras en otros países, como Escocia, se dieron cuenta de todos los problemas que podía conllevar una gran desigualdad entre el mundo rural y el urbano, y se tomaron medidas para evitarlo, en España se permitió que se trasladara la vida y el desarrollo a las ciudades, al tiempo que las zonas rurales se convirtieron en un desierto que tan solo vuelve a la actividad en los períodos estivales.
Javier Antón, diputado del PSOE en el Congreso por Soria, mantiene la esperanza y la voluntad de buscar soluciones, pero achaca el problema de la despoblación, al igual que Garrido, a una tendencia histórica de beneficiar a las ciudades frente al campo. Entiende la concentración de la población en un lugar como una cuestión de servicios, puesto que la voluntad de vivir en un sitio puede existir, pero es muy difícil asentarse si hay que desplazarse en coche para que los niños puedan ir a la escuela y el médico acude cada 15 días. Reivindica, además, la ventaja de las zonas rurales frente a las ciudades, «donde en ocasiones tienen problemas, incluso, de pobreza en los extrarradios». Cuando le preguntamos por la idea de nación y la brecha entre la España rural y la España urbana, aclara que no se siente cómodo en el concepto del nacionalismo, pero que «es doloroso, por poco solidario, que zonas históricamente privilegiadas no arrimen el hombro cuando otras zonas, como la España vacía, lo pasan mal».
El término acuñado por Sergio del Molino, La España vacía, y ahora empleado con frecuencia para hacer referencia a esta región española, comprende la zona geográfica que abarca las provincias de Soria, La Rioja, Teruel, Cuenca, el interior de Castellón, Guadalajara, y también algunas zonas concretas del «corredor del Henares» y del resto del interior peninsular (exceptuando Madrid, como una isla en medio del mar, y su zona metropolitana).
Las estadísticas son tajantes, y apuntan a que ocho de cada diez españoles viven en zonas urbanas. Sin embargo, como dice el autor de La España Vacía. Viaje por un país que nunca fue (libro de enorme éxito y repercusión a nivel político y en el mundo rural), sigue existiendo una importante división entre «dos Españas» : la rural y la urbana.
Es una primera España, la rural, que ha visto cómo, durante décadas, desde el Estado central se ha intentado potenciar económica y políticamente a los grandes núcleos de población. Hay que tener en cuenta que, a pesar de ser minoritaria, todavía tiene una gran importancia, por ejemplo, en cuestiones electorales. Del Molino asegura que todos los partidos políticos a nivel nacional tienen presente esta brecha social entre lo rural y lo urbano («salvo Ciudadanos, que quizá vea este problema como menor por ser un partido de implantación urbana»). Le piden que acuda a congresos, foros y conferencias donde se exponen las causas y se intentan buscar soluciones políticas, y se han creado organismos de debate y de análisis sobre el tema. De hecho, el Gobierno nombró comisionada para el reto demográfico, en enero de este mismo año, a la gallega Edelmira Barreira (un nuevo cargo creado ante la alarma de la despoblación). Del Molino cree que es una buena señal, síntoma de que la clase política es ahora más consciente que antes de la importancia de la España interior, y de que la sociedad es más sensible a estos temas. Espera, además, que de este aumento en la iniciativa salga un cambio de mentalidad hacia el mundo rural, que hasta ahora ha sufrido una imagen y unas connotaciones muy negativas.
La preocupación institucional en el tema, especialmente en los territorios afectados, está creciendo en los últimos años. El fin de semana del 9 y 10 de noviembre, por iniciativa política, se celebraba en Soria, entre cierta expectación local, la I Feria Nacional para la Repoblación de la España Vacía, con la presentación de la revista PRESURA 21 y la reunión en el espacio El Hueco de más de 50 entidades públicas y privadas interesadas en buscar soluciones al problema de la baja densidad de población en sus territorios.
Presura, la Primera Feria para la Repoblación celebrada en Soria / Judith Arroyo
Del Molino valora con optimismo el interés de la clase política, aunque reconoce que el problema es de difícil solución. Lo cierto es que todavía estamos lejos de ese final feliz en el que se revierta la tendencia. Además, los habitantes de la España Vacía ven con cierta desconfianza estas iniciativas políticas desde lo urbano, por el esfuerzo económico que suponen, «un dinero que no llega al campo para crear infraestructuras» (en palabras de las dos personas con las que hablamos en Taniñe, despoblado de Tierras Altas). Santi y Raquel, recientes repobladores del deshabitado pueblo de Navapalos, son críticos. Denuncian que en ningún momento se habló en estos debates del cambio climático, elemento clave en las zonas rurales – y en toda España – en un momento en el que las reservas de agua embalsada en superficie son del 37% a causa de la primavera más seca desde 1965.
¿Un problema estructural?
A medida que nos vamos acercando a los pueblos que hemos señalado en el mapa del teléfono móvil, perdemos el 4G, después el 3G y acabamos por quedarnos sin cobertura. El mapa se convierte en un manchón sin calles, el GPS no entiende nada y nos vemos obligados a recurrir al mapa de carreteras en papel que nos han prestado: hemos llegado a nuestro destino; la España vacía, la España invisible.
Los pueblos se han ido vaciando, y con ello se ha hecho más difícil el mantenimiento de los servicios públicos. Los almacenes se han marchado y el médico pasa – con suerte – una vez a la semana. Las escuelas cierran. Las farmacias cierran. Los ayuntamientos cierran. Los hijos se marchan y van a ver a los padres los fines de semana, hasta que fallecen y aparecen solo en verano. Los nietos quizás ya no vengan más. Esta situación se puede relatar como una serie de acontecimientos que desencadenan en otros de forma inevitable, pero la realidad es que no ha habido un interés político por frenar la rueda del vaciamiento rural.
Algunas voces sostienen que en España se ha llevado a cabo una campaña de desprestigio de los pueblos y de su cultura. De esta forma, el interior de España se ha ido quedando vacío a espaldas del resto del país. «El Estado tendría que haberlo cuidado», se lamenta Bernardina, vecina de 83 años de Villanueva de Gormaz, que llegó con su familia hace 40 años a trabajar de pastores. «Mis hijos no tenían nada más que la noche y el día», pero se tuvieron que marchar. Uno de sus cuatro hijos volvió y vive con ella en el pueblo. En total son 3 personas.
«El objetivo está muy claro», afirma Sebastián Pacheco, un vecino de Caracena; «adueñarse de los recursos públicos y del poder político». Todavía hoy existe una marcada tendencia al caciquismo en las diputaciones y se procede por la lógica de la compra de favores. Sebastián denuncia cómo han intentado boicotearle (e, incluso, disparado) en numerosas ocasiones por no estar de acuerdo con el alcalde del pueblo. Los juegos de poder e intereses económicos entran a formar parte de la realidad diaria de muchos pueblos pequeños y se pierde, por ejemplo, la lógica comunal que posibilitó que muchas aldeas sobrevivieran. Antes, cuando una persona vivía en un pueblo tenía derecho a leña, a un terreno para cultivar, campo para que pastara el ganado, agua,… sin embargo, a medida que los pueblos han ido perdiendo poder o, mejor dicho, su poder se ha visto concentrado en manos de pocos, las tierras comunales se han ido privatizando y aquellos incentivos que tenía la gente para quedarse en los pueblos han ido desapareciendo.
Los prometidos fondos europeos
La Política Agrícola Común de la Unión Europea tampoco ha ayudado al campo español. Esta beneficia a los dueños de grandes hectáreas, favoreciendo que las producciones agropecuarias queden en manos de unos pocos. Los fondos europeos, que hasta ahora llegaban a las comunidades, «no se sabe dónde están», en palabras del diputado Javier Antón.
La problemática está extensamente estudiada: hay diagnóstico, pero hace falta voluntad política. «Somos un inconveniente para ellos, un problema», afirma uno de los profesores de la escuela de un pueblecito cercano a Soria, Fuentelfresno. Sostiene que la idea de que una escuela pública que pretende innovar en los métodos educativos sea posible y que 17 niños estudien en sus aulas es una realidad gracias a padres y profesores, «que aportan siempre las ganas y a veces incluso el material y la mano de obra para mantener la escuela». «Somos pocos, y hacer viable esto cuesta demasiado dinero». Una luz de esperanza aparece, por contra, en la mirada de los cuatro cazadores que comparten vermut en el bar social de Valtajeros. Saber el número de niños que hay ahora mismo en la escuela reabierta de Fuentelfresno les ha hecho recordar que, hace 50 años, la que ocupaba el espacio donde están sentados había echado ya el cierre. Es común encontrar que quien se encarga del mantenimiento del pueblo son los propios vecinos a través de asociaciones que se encargan de cuidar el patrimonio cultural.
Mientras en Francia o Alemania vivir en un pueblo es el equivalente de vivir bien, hay un buen mantenimiento de servicio, gozan de ventajas fiscales, existen políticas de vivienda para los jóvenes, en España el mundo rural significa aquello oscuro y caricaturizable. Alberto Salesa, enfermero en el Maestrazgo, otra de las zonas perjudicadas por la despoblación, entre Teruel y Castellón, se queja del estigma que persigue a los pueblos y que a menudo encontramos en publicidades, películas, libros y en la gente de las ciudades. «No es tan negro todo». En los pueblos con mayor población hay clases de pilates, asociaciones culturales, hay que llevar los niños al colegio, ir a trabajar y lidiar con la cotidianeidad de cada día que exige la vida en cualquier lugar, tanto en ciudades como en pueblos. Sin embargo, en los pueblos más pequeños que visitamos echan en falta este tipo de actividades diarias. «No todo el mundo aguanta en un pueblo, porque no hay nada», advierte Mª Ángeles Landero, vecina de Caracena.
La cultura perdida
«Pero, ¿cómo no va a estar despoblado si ahí no hay nada?», sentencian algunos cuando comentamos que vamos a embarcarnos en un viaje hacia los pueblos sorianos. Si bien es cierto que las extensas hectáreas de cultivo sin árboles, las silenciosas carreteras y las casas caídas en cada parada que hacemos contribuyen a reforzar el estereotipo, cuando miramos más detenidamente vemos castillos, iglesias del siglo XII, construcciones medievales y romanas, historia, cuentos y leyendas. En paralelo, podemos observar cómo los pueblos envejecen. Como afirma un reportaje sobre la Laponia española en el periódico francés Le Monde, esta región tiene «la mayor tasa de envejecimiento de la UE».
«Cuando se muere un pueblo se pierde su cultura» advierte Alberto Salesa, desde Cuevas de Cañart, Teruel. Sebastián Pacheco en Caracena es más firme y habla de «etnocidio» y de migraciones forzosas. Se pierde el patrimonio cultural y natural, las tradiciones, las fiestas populares, las leyendas y los cuentos. Pero no solo eso, Kiko Garrido hace hincapié en las estrategias de supervivencia de los pueblos: hacia dónde orientar la casa, dónde poner el establo, qué productos hay de cada zona,… «Esa sabiduría ya no se recupera», se lamenta. De esta forma encontramos propuestas como la de Navapalos, donde encontramos un pequeño grupo de repobladores que nos cuentan sobre el proceso de aprendizaje y de las dificultades de plantar un árbol para que crezca sano. Quizás si se juntaran con Bernardina, podrían aprender mucho de la sabiduría de los pueblos, sin necesidad de empezar de cero.
Posibles soluciones
Son muchos los que sostienen que la Ley de Desarrollo Sostenible del Medio Rural, llevada a cabo por el gobierno de Zapatero es la vía adecuada para empezar a tratar el problema, sin embargo, a pesar de que esta Ley Orgánica se aprobara en 2007, nunca se ha llegado a aplicar. Esta ley propone, entre otras cosas, una comarcalización del territorio para una mejor gestión. Además, incluye ventajas fiscales y multitud de soluciones para los territorios. Sin embargo, las políticas internas han impedido que sea dotada de presupuesto.
A la hora de pensar soluciones, la situación ha llegado a tal punto de gravedad que, como afirma Kiko Garrido, «ya no estamos en el momento de parar la despoblación: estamos en el momento de repoblar». Para ello, uno de los ejes principales son las ayudas fiscales o, la eliminación de trabas burocráticas. Alberto Salesa se queja de que se aplica la misma lógica de las ciudades grandes para pueblos de pocos habitantes: «tiene las mismas trabas burocráticas abrir un bar al lado de la Estación Delicias de Zaragoza, por donde todos los días pasan veinte mil personas, que abrir uno en un pueblo por donde van a pasar dos personas a tomar un café». Una de las propuestas que se está cocinando en Podemos es la de empezar a dar una renta básica universal a las personas que vivan en un pueblo. Aunque hay que decir que esta medida de choque, basada en la discriminación positiva para los pueblos, todavía se encuentra en una etapa inicial que debe ser estudiada por el equipo económico del partido.
En segundo lugar, es indispensable una mejora de los servicios básicos. Alberto Salesa pide, desde Teruel, «servicios mínimos acordes a nuestra realidad». Luchan porque un médico vaya treinta minutos un día a la semana. En Caracena, Soria, la doctora ya no llega, como nos cuenta Mª Ángeles Landero, porque no tiene consultorio.
Otro de los factores fundamentales son las comunicaciones. Con el avance de la tecnología, se está extendiendo la posibilidad de trabajar desde casa, pero para ello es necesario tener una buena cobertura móvil e internet con velocidad. En muchos de los pueblos visitados en la provincia de Soria la cobertura móvil no llega y la red de internet es todavía precaria o inexistente.
Ante la inacción política, los vecinos de los pueblos son los que terminan tomando medidas para intentar reducir el deterioro. Valdelavilla es un pueblo situado en la comarca soriana de Tierras Altas, en medio de la turística ruta de las icnitas, donde se pueden encontrar huellas de dinosaurio. Sin embargo, cuando llegamos – tras una carretera minúscula y con curvas dignas de puerto de montaña – no encontramos rastro de vida. Valdelavilla abre en los veranos. Completamente restaurado, como un museo, fue «comprado» una vez abandonado por una empresa de campamentos de inglés, con el objetivo de organizar allí sus actividades, en un entorno donde solo se habla en ese idioma. Los padres pagan por enviar a sus hijos fuera de la ciudad, a una especie de retiro. Una posible solución al abandono de las zonas rurales que no es única, sino que se ha llevado a cabo en varios lugares de España. Sin embargo, como sostiene Alberto Salesa, estas soluciones, como el turismo rural, no son efectiva a la hora de establecer de forma fija gente que resida en el pueblo.
En Sarnago, localidad que inspiró al escritor Julio Llamazares para crear su Ainielle en La Lluvia Amarilla, nació en 1970, tras la muerte del último vecino, una Asociación de Vecinos que, casi sin apoyos, se dedica a restaurar por cuenta propia las casas, el lavadero, el suministro de agua e incluso, en un intento todavía sin conseguir, la iglesia. Esta historia se repite en Cuevas de Cañart, donde la asociación Servitas Nuei se encarga de la preservación del patrimonio cultural a través de las cuotas de los socios, o en Torresuso, Soria, pueblo de cuatro habitantes, pero con una asociación que lleva activa veinte años. «Intentamos que esto no se muera», nos cuenta Ángela.
Iniciativas como la de la escuela pública del repoblado Fuentelfresno, en torno a la cual las familias acuden buscando alternativas a la ciudad y al modelo educativo tradicional, también se muestran como posibles recursos para la repoblación de la España Vacía.
Por último, encontramos los autodenominados repobladores, personas jóvenes que deciden habitar un pueblo abandonado. La tarea no es fácil por muchas razones que van desde problemas con la Guardia Civil, a dificultades de habitabilidad, como tendido eléctrico, agua potable y acostumbrarse a la vida en comunidad, Algunas de estas ecoaldeas, como Lakabe, en Navarra, llevan inmersas en estos proyectos casi cuarenta años, otras, como la iniciativa de Navapalos, cuentan con unos inicios más tardíos. Los primeros habitantes están allí desde hace cuatro años. Navapalos fue un despoblado que contó con una iniciativa de repoblación y rehabilitación a finales de los años ochenta, sin embargo, el proyecto terminó por abandonarse. Hace un mes y medio, se mudaron 3 personas más. Ahora son cinco. Santi, ingeniero, y Raquel, trabajadora social y educadora, nos cuentan que el proyecto es «recuperar los espacios, no solo vivir». Pretenden recuperar el valor comunal del pueblo y, en un futuro, poder ser una comunidad autosustentable. Están empezando por crear una huerta y preparar las casas para habitar. No pretenden crear un círculo cerrado, «cuanta más gente mejor». Conseguir que la gente venga a vivir, dicen, es la tarea más difícil. Se trata de una «revolución silenciosa» para cambiar las cosas. Volveremos cuando terminen los fríos meses de invierno para ver si todavía hay esperanza para Navapalos y para esta España invisible.
interesante artículo, especialmente el apartado sobre cultura
La verdad es que no tenía ni idea sobre este tema y me ha parecido muy interesante.
Me ha parecido muy interesante, no tenía demasiada idea de este tema
Excelente diagnóstico de un problema de despoblación rural de una parte importante de España sin que nuestros políticos hayan hecho ningún movimiento para paliar, intentar solucionar o tomar conciencia de la España vacía
Muy buen trabajo, interesante, una pena que estén pasando estas cosas por estos días.