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San Isidro: el sentimiento más castizo

Dos chulapas fotografían a sus acompañantes en la Pradera de San isidro

Dos chulapas fotografían a sus acompañantes / Claudia Sánchez

Otro mes de mayo más, como cada año, se celebra la fiesta más castiza de la capital española, San Isidro Labrador. Madrid hace gala de la chulería que le caracteriza y desempolva el mantón de manila que la envuelve, atusándose los claveles que la adornan en honor a su patrón. La celebración de esta fiesta tiene su punto álgido de jolgorio entre la segunda y la tercera semana del mes de las flores, aunque el 15 de mayo, concretamente, es el día oficial de dicha festividad. Durante estos días, las calles de Madrid acogen a todo aquel que quiera vivirla en primera persona, llenándose de verbenas, música, espectáculos, chotis, corridas de toros y un sinfín de actividades «non-stop» para conmemorar al Santo, desde primera hora de la mañana a última de la noche.

Sin embargo, para todo visitante, la Pradera de San Isidro, perteneciente al distrito de Carabanchel y situada en el barrio con el que comparte nombre, es el lugar de encuentro típico para llevar a cabo la celebración, donde chulapos y curiosos se pierden entre los chotis y los puestos de comida. La inmensa cantidad de transeúntes es la prueba de que esta fiesta nunca pasa de moda, y que el espíritu castizo permanece vivo con el paso del tiempo. A la multitud se suman personalidades de gran relevancia en la capital, como la alcaldesa Manuela Carmena. En la Pradera del Santo todos tenemos cabida.

La entrada a la Pradera de San Isidro el pasado 15 de mayo

La entrada a la Pradera de San Isidro / Claudia Sánchez

No obstante, aunque muchos son los que conocen la mítica reunión madrileña, la peculiar vestimenta para ataviarse y los característicos dulces que se han de comprar sumándose al festejo, pocos saben el origen de todo ello.

Conjugación de lo tradicional y lo moderno

San Isidro Labrador fue un pocero mozárabe que trabajó para un noble a la orilla del río Manzanares. Fue, también, un labrador de tierras al que se le atribuyeron numerosos milagros, como hacer brotar un manantial de agua con su vara donde ahora mismo se encuentra su ermita, siendo punto de encuentro de miles de creyentes que beben el agua que emerge de su fuente. Cuenta la leyenda que cuando el emperador Carlos V y el rey Felipe II enfermaron con altas fiebres este agua les curó. Por ello, se ha convertido en un lugar tan concurrido por los fieles en estas fechas señaladas.

Grandes artistas de diversos ámbitos se interesaron por su vida y le dedicaron obras de gran calibre como El Milagro del Pozo, realizado por el pintor granadino Alonso Cano, o Mayo y los Isidros del escritor Benito Pérez Galdós, dejando constancia de los numerosos extranjeros que acudían a suelo «bendito» para disfrutar del ambiente.  Goya, también representó en su cuadro, La Pradera de San Isidro, las costumbres que por aquel entonces tenían las personas que se acercaban al paraje para disfrutar de esta festividad allá por finales del siglo XVIII. Por aquel entonces, como dichas obras nos dejan comprobar, ya se podía vislumbrar la gran popularidad de la que gozaba y la que ahora, en nuestros tiempos, posee y expande la romería.

La Pradera de San Isidro, abarrotada en el festejo por el patrón de la ciudad de Madrid

La Pradera de San Isidro, abarrotada / Claudia Sánchez

En la actualidad no todo se resume, como nos contaba Manoli, a «mantas tiradas y tuppers llenos de tortilla de patata, filetes empanados y pimientos, aunque esto forma gran parte del ocio del festejo». El gentío se sigue camuflando entre el césped y los árboles, buscando una sombra donde poder disfrutar del paisaje que se extiende frente al estadio Vicente Calderón y comer tranquilamente entre la naturaleza que les rodea.

Los tiempos cambian, y con ellos las personas y las tradiciones se van modernizando para adaptarse a los nuevos gustos. Los puestos se amontonan a lo largo y ancho de las calles abarrotadas, donde los «majos» y «majas» realizan interminables colas para adquirir algún manjar típico que llevarse a la boca mientras disfrutan de la alegría que inunda la atmósfera.

Estos están llenos de barquillos y de las rosquillas del Santo: las «tontas», sin cobertura alguna, «las listas», bañadas en azúcar, y demás variedades. Las tartas, churros con chocolate, chucherías, algodones de azúcar o bebidas alcohólicas también se agolpan en sus estanterías. Los establecimientos más concurridos, sin embargo, son los que ofrecen barbacoas, paellas, bocadillos, patatas fritas y, por supuesto, el famoso cocido madrileño, el cual no podía faltar en un día tan especial para la Comunidad de Madrid.

Chulapos y chulapas

Tradicional puesto de barquillos en la Pradera de San Isidro

Tradicional puesto de barquillos en la Pradera de San Isidro / Claudia Sánchez

La vestimenta es otro punto fuerte en esta fiesta. Tanto hombres como mujeres lucen el traje de chulapo orgullosos de sus orígenes. Esta forma de arreglarse data de finales del siglo XIX, cuando lo que uno llevaba iba acompañado de un determinado comportamiento social, buscando diferenciarse de la clase afrancesada.  Los también llamados «chisperos» procedían del barrio de Malasaña y Maravillas, en pleno centro, donde se agolpaban modistas, fruteros o floristas, los cuales gozaban de una actitud altanera y presumida.

Las mujeres se ataviaban con una blusa blanca ceñida en la cintura con mangas de farol y falda de lunares con pañuelo sobre la cabeza, asomando dos claveles rojos sobre ella, anudado al cuello con el pelo recogido en un moño y el mantón de manila bordado con flores y acabado en flecos. El vestido de lunares hasta los pies con volantes en el bajo es una evolución de la falda, y era otra alternativa para vestirse. Por su parte, los hombres se acicalaban con un chaleco o chaquetilla con pequeños cuadros a juego con la gorra y clavel en la solapa, pañuelo blanco al cuello, pantalones y zapatos oscuros.

Chulapos y chulapas de todas las edades se congregaron como cada 15 de mayo en la Pradera de San Isidro

Chulapos y chulapas de todas las edades se congregaron en la Pradera / Claudia Sánchez

Esta forma de vestir sigue siendo habitual, sobre todo en la gente más veterana y en los niños. Las mujeres, en la actualidad, se arriesgan utilizando colores mucho menos populares que con antaño, como el morado, y los hombres decoran sus chaquetas con insignias cuyo significado tiene relación con la ciudad, como el oso y el madroño. Sin embargo, la mayor parte de la muchedumbre que se hacina en este espacio viste con normalidad, si acaso, añadiendo a su atuendo un clavel o un pañuelo para integrarse en el ambiente.

En realidad, la feria en sí no ha experimentado un cambio brusco, pero sí ha incorporado en los últimos años elementos más novedosos como atracciones, conciertos y todo tipo de espectáculos en vivo para acercar a esta fiesta a los más pequeños y a la juventud.

En la Pradera del Santo

La Pradera de San Isidro irradia luz y color. Con sus trajes populares, niños y mayores hacen gala de la tradición y el orgullo castizo de la capital. «Sobre todo mucha chulería», proclama orgullosa Rosa enfundada en su traje de chulapa. Una mujer a la que se le vienen a la cabeza los felices momentos que vivió durante su infancia en este emblemático lugar. Por entonces todo era «campo y tierra», y cada 15 de mayo acudía con sus padres y su inseparable botijo. Su madre, Manoli, quien la acompaña vestida de goyesca y empuñando una sombrilla de mano para hacer frente al radiante sol, hace un balance de cómo ha cambiado el escenario que ha visto crecer a ella y su familia. «Todo el mundo venía con mantas, las tiraba por el suelo, y traían tortilla, filetes empanados y pimientos verdes. Y todo el día aquí», explica nostálgica esta madrileña del barrio de Carabanchel. Madre e hija no ocultan su emoción por pasar, un año más, un día de San Isidro disfrutando del ambiente festivo que llena de vida y alegría la capital.

Parejas de chulapos posan frente a las cámaras

Parejas de chulapos posan frente a las cámaras / Claudia Sánchez

A simple vista, la esencia y las buenas costumbres de la fiesta permanecen inalterables. «El ambiente es el mismo. Comer, beber…», confiesa Mª Ángeles, quien a sus 73 años no falta a la cita desde que contaba con apenas 10 porque «la fiesta es muy bonita». En su recorrido por la Pradera del Santo no puede faltar un buen aperitivo como bien manda la tradición española, tras lo cual se prepara para degustar el plato más emblemático: el cocido. Y precisamente en la cola para hacerse con un delicioso plato de este manjar se encuentra Pepe, para quien tomarlo es «una tradición».

Una pareja de ancianos se coloca los claveles típicos en San Isidro

Una pareja de ancianos se coloca los claveles típicos en San Isidro / Claudia Sánchez

Por su parte, Luisa no reconoce la Pradera, pues considera que tiene «otro ambiente» diferente al de antaño: «Por las tardes-noches hay mucho botellón, y las actuaciones han ido decayendo. Antes se participaba más». Para ella la tradición ya no está a la orden del día, pero a pesar de la diferente perspectiva de los transeúntes, todos están de acuerdo en una cosa: es un día «para divertirse» y ante todo “hay que disfrutarlo”. Lorena tiene muy clara su definición para este gran día: «Fiesta y buen ambiente». Y es que nada puede salir mal rodeado del tradicional cocido, los chotis, los puestos de comida y la feria.

No solo los nacidos en la capital viven con emoción el 15 de mayo, y muestra de ello es Sara, una burgalesa que ha querido disfrutar del folclore madrileño. «Es una pasada, está medio Madrid aquí», añade mientras espera impaciente su turno para degustar por primera vez un cocido en la Pradera y vivir esta fiesta patronal con los cinco sentidos.

El orgullo madrileño perdurará por y para siempre, ya que «cada año hay más gente y muchos jóvenes», asegura una entusiasmada María del Carmen, quien se define como «muy madrileña» y quien cada año acude a la Pradera luciendo su traje regional. Un sentimiento que se transmite de generación en generación y que traspasa las fronteras de la ciudad. Porque, tal y como asegura Manoli, en San Isidro «todos tienen su sitio. Es el reflejo de Madrid: una fiesta abierta a todo el mundo».

 

One Comment

  1. Buenísimo artículo!

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