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La adicción y sus heroínas: entidades especializadas

Guillermo Casas, voluntario de Energy Control. / Roberto Orellana

  • «Si no saben que puede estar cortado con fentanilo, que es letal a dosis muy bajas, seguirán consumiendo opio sin ninguna preocupación»  

  • «Existe mucha adicción oculta, como el alcohol o las apuestas deportivas, pero la gente no le da importancia»  

La aparición de entidades especializadas en el campo de la adicción a las drogas tras el final del régimen franquista proporcionó información y colaboración a jóvenes y familias, y por ende, a una sociedad española que consideraba al yonqui como delincuente y no como enfermo. La heroína sacudió los cimientos sociales de un nuevo panorama que se abría paso después de la muerte del dictador. Conocida popularmente como ‘caballo’, quizá por el trote con el que empezó a circular por los barrios españoles o por la euforia que proporcionaba en cuestión de segundos inyectada en vena, la ‘dama blanca’ -como también se le conoce-, un derivado de la morfina y originada a partir de la adormidera extraída del opio, embaucó a una generación que superó desinformada la adolescencia e interpretó en su juventud de manera desproporcionada las proclamas e invitaciones a la libertad otorgadas por la transición de la dictadura a la democracia.

Detrás de un amplio portón metálico y ubicado en un antiguo colegio del distrito de Tetuán, está el Centro de Tratamiento de Adicciones (CAD) que Cáritas tiene en Madrid. Paola Biffi, voluntaria encargada de las tareas de comedor, da la bienvenida a uno de los toxicómanos que acude a diario para almorzar. «No es un comedor social, es un centro de reunión para que los usuarios conversen y se relacionen», indica.

El CAD brinda servicio a más de un centenar de drogodependientes que, en su mayoría, comenzaron su adicción de jóvenes, cuando la heroína inundó las calles de las grandes ciudades en la década de los 80. España pasó entonces a ser uno de los mayores supermercados de la droga en Europa. Un ejemplo es la Cañada Real, de donde «viene gente deterioradísima, como fideos, sin dientes y a los que se les va la cabeza», asegura.

Entidades especializadas en adicciones

Paola Biffi, voluntaria de Cáritas. / Roberto Orellana

La relación de Paola Biffi con Cáritas se remonta a 1991, aunque esta italiana de 73 años ha dedicado prácticamente toda su vida a colaborar en el campo de las adicciones y con enfermos terminales de sida, iniciándose en distintos hospitales de Milán. «El perfil del drogadicto ha cambiado muchísimo. Ahora se habla de droga de síntesis, de la cocaína», comenta. Aun así, dice que la heroína está teniendo un despunte, pero como mezcla. Más que nada, porque sus efectos son muchos más lentos que los de la cocaína.

Está ocurriendo en zonas como Carabanchel, Villaverde Alto o Getafe, pero el nuevo heroinómano rechaza las jeringuillas; ahora la fuma: cree que así no cogerá infecciones y el enganche será menor. Los más jóvenes presentan otras historias como el cannabis y no lo ven como un problema, «pero es una de las peores drogas porque pierdes el sentido de la realidad, de la medida o del peligro y cada vez necesitas más para sentir efectos», defiende.

«Hay un consumo mal gestionado por la gente, porque no saben lo que toman ni lo que hace en el cuerpo», afirma Guillermo Casas, voluntario de Energy Control. Este joven madrileño achaca el problema a la prohibición predominante que hasta hace poco han abanderado entidades como la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), aunque ahora «han aflojado un poco».

Añade que «la prohibición provoca un consumo de sustancias que no están controladas» y eso es perjudicial. Tiene 30 años, es informático y hace cuatro decidió probar éxtasis en pastilla en un festival. Asegura que fue una experiencia bastante gratificante que descubrió cosas en él que tenía bloqueadas, y, por ello, buscó información acerca de ese estupefaciente. «En cuanto investigas un poco das de cabeza con Energy Control», señala.

En 1997 la Fundación Acción, Bienestar y Desarrollo (ABD) puso en marcha este programa en Barcelona para dar pautas y gestionar los placeres y los riesgos que generan las drogas. ABD acepta y respeta un uso recreativo de los estupefacientes asociado al tiempo de ocio durante los fines de semana y la posibilidad de ejercer un consumo responsable, pero siempre estando bien informado.

«El mejor método de prevención es no consumir, pero si decides hacerlo, que sea de la mejor forma posible», argumenta. Guillermo Casas confiesa que la defensa de la reducción de riesgos ha provocado notables críticas políticas en las regiones en las que están presentes (Cataluña, Comunidad de Madrid, Andalucía e Islas Baleares) pero para nada hacen apología de las drogas: «La reducción de riesgos en el ámbito de la sexualidad se lleva haciendo mucho tiempo y no incita a los jóvenes a mantener relaciones por las calles».

El bajo nivel de estudios y la escasa cualificación profesional de los dependientes de la heroína nacidos entre 1956 y 1970, en su mayoría varones, contrasta notablemente con el consumidor de drogas del siglo XXI que acude a Energy Control. Suele ser un chico universitario que bebe alcohol, fuma algún canuto y en cierta ocasión prueba pastillas de éxtasis.

¿Me deshago de mi droga?

Multitud de prácticas, de mitos y leyendas callejeras, vinculadas a determinadas compuestos, ponen en riesgo la salud del consumidor de droga. Un ejemplo son las falacias que existen sobre la cocaína entre los más jóvenes. Una de ellas es que la cocaína tiene que dormir toda la boca o el cuerpo entero. También que es un buen afrodisíaco, cuando en realidad es vasoconstrictora y puede generar impotencia. Energy Control combate este desconocimiento mediante campañas visuales, folletos monográficos de sustancias, comportamientos o cuestiones legales y la presencia de voluntarios en los principales centros de ocio.

Entidades especializadas en adicciones

Javier Fuertes, voluntario en Energy Control. / Roberto Orellana

Javier Fuertes tiene 26 años, es graduado en Periodismo y Química y trabaja en una revista del Colegio de Químicos de Madrid. Aprovecha sus conocimientos científicos desarrollando un voluntariado en el ámbito de análisis de estupefacientes, uno de los servicios clave que ofrece Energy Control de manera gratuita. Señala que hay un perfil de universitario que utiliza opiáceos para relajarse de cara a los exámenes.

Sin embargo, «si no saben que puede estar cortado con fentanilo, que es letal a dosis muy bajas, seguirán consumiendo opio sin ninguna preocupación». Javier Fuertes lleva ligado a Energy Control tres años y achaca esta colaboración, entre otras razones, a su afán por descubrir nuevos compuestos y ver lo que se está haciendo. Aun así, previamente desempeñó el papel de usuario. «Siempre he traído speed y éxtasis para saber la pureza o si tenían algún tipo de corte», indica.

Uno de los carteles presentes en la planta baja de la delegación en Madrid de Energy Control trata uno de los procedimientos de análisis: el método colorimétrico. Este tipo de test, que realizan los voluntarios en los propios espacios de ocio, permite dar información sobre la presencia o la ausencia de las sustancias activas del speed, el éxtasis, la cocaína, la ketamina y nexus (2CB).

De esta manera, ante un resultado negativo a la sustancia deseada, el consumidor puede desprenderse de ese tóxico y evitar riesgos innecesarios. Otro método utilizado, que requiere cierta especialización, es la cromatografía de capa fina (TLC, por sus siglas en inglés), que detecta cualquier tipo de corte o adulteración.

Asimismo, Energy Control es en Barcelona la primera organización que presta este servicio a nivel internacional, recibiendo muestras de Australia, Estados Unidos, Rusia o países de Sudamérica. «Todo el mundo puede enviar una muestra por correo postal de cualquier cosa para analizar y cruzando las fronteras sin infringir ninguna legislación porque las dosis son muy pequeñas», asegura Javier Fuertes.

Adolescentes policonsumidores

«A veces se emocionan y no pueden hablar», comenta Esperanza Barragán, de 59 años, después de atender su segunda llamada del día y no obtener respuesta. Habla de las madres que echan mano de la línea gratuita de la FAD en busca de la denominada ‘escucha activa’ de algún voluntario, como ella. Lleva dos años asistiendo, durante tres horas semanales, a las instalaciones que FAD tiene en la Avenida de Burgos de Madrid, para ocupar una de las centralitas y realizar la escucha activa.

Entidades especializadas en adicciones

Esperanza Barragán, voluntaria de FAD en el área de orientación telefónica a familias. / Roberto Orellana

Según Esperanza Barragán, la atención telefónica en el ámbito de la drogodependencia provoca, en muchas ocasiones, un desasosiego que «te llevas a casa», aunque «se te acaba olvidando». «No es bueno darle vueltas continuamente a todos esos problemas, porque así no vas a poder prestar el mejor servicio la próxima vez», añade. No obstante, confiesa que le afecta bastante la situación de aquellas mujeres que han dado todo por los muchachos y luego se sienten culpables porque no saben lo que ha podido pasar.

Un 24% de las 6.000 llamadas que el apartado de Orientación familiar y problemática con las drogas recibió en 2017 las efectuaron madres de adolescentes varones y menores de edad. Esperanza Barragán apunta que la llamada suele venir provocada porque el joven no estudia ni trabaja, fuma cannabis y tiene los ojos rojos, ha modificado su comportamiento o está en depresión. «Existe mucha adicción oculta, como el alcohol o las apuestas deportivas, pero la gente no le da importancia cuando contacta con nosotros», indica.

Según el último informe del Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones (OEDA), el policonsumo se está asentando entre los usuarios más jóvenes. En los últimos 12 meses el 42% de los usuarios entre 15 y 24 años ha hecho botellón, el 24% ha fumado cigarrillos y el 20% cannabis (marihuana en mayor medida y mezclada con tabaco en nueve de cada 10 casos).

La edad media de iniciación en el consumo de estas tres sustancias se instaura en los 16 años, aunque el alcohol está convirtiéndose en un elemento recreativo cada vez más presente en el ocio de los estudiantes que inician secundaria. Aun así, el cannabis es el estupefaciente que causa más alarma entre los padres y provoca el 96% de los tratamientos en menores.

Convivir con el adicto

En la plaza de Tirso de Molina está asentada la Federación Madrileña de Asociaciones para la Asistencia al Drogodependiente y sus Familias (FERMAD), integrada por 28 entidades de la Comunidad de Madrid que buscan respuesta a las necesidades detectadas en el campo de las adicciones. FERMAD cuenta con un programa de Apoyo a las Familias que da pautas para aprender a manejar determinadas situaciones con el adicto en el hogar y permite a los parientes compartir experiencias sin miedo a las críticas.

«La droga perturba y destruye a la familia, provoca hurtos y hace que algunos de sus miembros dejen de dirigirse la palabra», explica María Pajares, voluntaria de FERMAD. Tiene 59 años y fue beneficiaria de la plataforma mientras su hermano trataba su adicción en Proyecto Hombre. Perder su empleo en la ONG Ingenierías Sin Fronteras (ISF) y encontrar un folleto informativo de la organización fue determinante para contactar y preguntar si necesitaban voluntariado. Ahora acude un par de horas cada miércoles para efectuar las acogidas. «Es una primera toma de contacto con la organización. Me limito a escuchar a los familiares del consumidor y les someto a un pequeño test que luego paso a las psicólogas», cuenta.

Entidades especializadas en adicciones

Carolina López y María Pajares, voluntarias en FERMAD. / Roberto Orellana

Asisten padres, madres o hermanos de adolescentes que tienen dependencia del alcohol, el tabaco o el cannabis y también otro tipo de adicciones creadas por las nuevas tecnologías. En ocasiones, la adicción viene influenciada por los padres, señala María Pajares, que describe un caso en el que ambos progenitores hacían uso de la marihuana. Pero el perfil común que provoca la primera visita a FERMAD es el de una persona que supera la treintena y ha caído presa de la cocaína por buscar efectos más fuertes y va enfrentándose a su primer tratamiento.

Cristina López de la Manzanara es abogada, tiene 25 años y es otra de las voluntarias encargada de las acogidas. Defiende que la familia, siempre que lo desee, debe abrir los ojos al adicto, porque es el primero que piensa que no tiene un problema. «Hay que considerar la drogodependencia como una enfermedad, no solo los casos de patología dual como la esquizofrenia».

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