La nueva mascarilla
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La mascarilla era ya un producto de consumo común en prácticamente toda Asia
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Los centros universitarios han tenido que adaptarse a las circunstancias de la COVID-19
Desde el inicio de la pandemia, los jóvenes han llenado Twitter con sus opiniones. Pero, ¿qué piensan de esta nueva realidad? Un tema que ha generado controversia han sido las mascarillas, y en especial, si este sector de la sociedad las utiliza. Prácticamente todos se colocan la mascarilla, pero ¿están concienciados? Los jóvenes sienten menos miedo a la COVID-19 ya que piensan que, por ser un sector no vulnerable, no les va a afectar.
Sin embargo, el virus no entiende de edades y la concienciación es necesaria puesto que desde marzo se viven momentos muy difíciles. Cada vez choca menos ver a todo el mundo con mascarilla, lo extraño es ver a gente sin ella. Son múltiples las opiniones de los universitarios, puesto que muchos proceden de culturas diferentes y ven el uso de la mascarilla desde otra perspectiva. Precisamente, en China ya se utilizaba simplemente para un resfriado común.
La adquisición de mascarillas al inicio de la pandemia era casi imposible. Pero conforme han ido pasando los meses, estas se pueden encontrar en un supermercado y hasta en pequeños comercios. Incluso se han abierto tiendas específicas de mascarillas. Aquí se pone en tela de juicio el aspecto económico de la COVID-19, ya que miles de comercios se han beneficiado de esta situación.
Una singularidad histórica y ejemplar en Asia
Desde hace varios meses ya no se puede entrar en un comercio, restaurante o salir a la calle sin llevar sobre nuestras bocas un objeto rectangular de 20 por 10 centímetros con dos elásticas. La mascarilla es parte de la vida de la ciudadanía desde que empezó la pandemia de la COVID-19.
Con uso único o lavable, esta protección sanitaria vio la luz, sin embargo, mucho antes del 2020 y la propagación del virus. Ya en el siglo XVII, los médicos se protegían de otra pandemia mundial con una mascarilla similar a un pico de pájaro: la peste. Dejando a un lado sus diferencias actuales, la mascarilla era ya un producto de consumo común en prácticamente toda Asia.
A pesar de que en el continente europeo los ciudadanos eran más reacios al uso de las mascarillas, en países orientales como Japón, China o Corea, es una singularidad cultural. De hecho, la mascarilla fue inventada por un médico chino, Wu Lien-teh, a principios del siglo XX. A partir de ese momento, China subió en el podium internacional por sus desarrollos médicos. Poco después, la mascarilla se convertiría en una herramienta indispensable frente a la frecuencia de las epidemias en esa región del mundo, ya que los países asiáticos fueron los más castigados en el mundo a partir del siglo XXI por epidemias como el SRAS (2002-2004) o la gripe H1N1 en 2011. Pero en el caso de estos países, la mascarilla no solo ayuda a protegerse de un virus, resulta también útil contra la contaminación o simplemente para protegerse de y a los demás.
Después de la guerra civil china en 1949 se organizó una campaña de propaganda con el objetivo de difundir una política de salud pública ya que en esos países orientales la salud es una responsabilidad colectiva. «La seguridad social tiene mucha importancia en Corea, a pesar de que en Europa, la libertad es algo sólo personal», explica un estudiante coreano respecto al rechazo de la mascarilla que pueden tener los occidentales.
Así, desde hace varias décadas, la mascarilla es un elemento de uso cotidiano, como puede serlo un sombrero o unos guantes. Antes de esta crisis sanitaria, el típico cliché de una persona asiática era la mascarilla. Florence, enamorada de los viajes a través del mundo, se fue a China durante 3 semanas en 2009 y testifica lo siguiente: «Mirábamos a los chinos como si fueran bestias curiosas, porque nunca habíamos visto eso antes, era un poco folclórico. Pero estaba a años luz de imaginar que 10 años después todos llevamos una mascarilla. Ahora en Europa, la bestia curiosa sería una persona que no lleva mascarilla. Retrospectivamente, creo que se convirtió en una costumbre, y no puedo imaginar la vida sin mascarilla».
Aunque la mirada occidental hacia los orientales llevaba muchos tópicos e incomprensión, ¿no serían ellos quién tenían toda la razón desde el principio? El ciudadano europeo es muy etnocéntrico. ¿Por qué no no proteger a los demás cuando tenemos un resfriado o una gripe? ¿Por qué no protegerse nosotros mismos del mundo externo o de la contaminación? Quizás con el paso del tiempo, los hábitos e ideologías cambien, basándose en el modelo occidental.
Mascarillas: primero no, luego sí pero no y ahora sí
Las mascarillas, ese complemento característico de la profesión sanitaria que veíamos tan lejano y que ahora se ha convertido en un elemento básico de nuestra rutina, nuestra salud y, aunque parezca algo exagerado, de nuestro atuendo. Aunque ahora sabemos que su uso es obligatorio en prácticamente todos los ámbitos de nuestra vida diaria, su uso ha tenido una evolución bastante contradictoria en nuestro país a lo largo de la pandemia.
26 de febrero de 2020, a unas dos semanas de declararse la pandemia a nivel mundial, Fernando Simón, portavoz del Ministerio de Sanidad: «no es necesario que la población utilice mascarillas. El uso de las mascarillas sí que puede ser interesante en los pacientes con sintomatología, pero no tiene ningún sentido que la población ahora mismo esté preocupada por si tiene o no tiene mascarillas en casa».
Pero como si de un meme de Twitter se tratara, also Fernando Simón el 20 de mayo, a un mes de terminar el primer estado de alarma en nuestro país: «teníamos que tener mucha prudencia a la hora de recomendar las mascarillas». Su uso pasó a ser obligatorio en espacios abiertos siempre y cuando no se respetara la distancia de seguridad y recordando que las primeras decisiones se basaron en la escasez de este producto. Unos meses más tarde, a mediados-finales de julio, la mascarilla ya era obligatoria en todo el país, se respetara o no la distancia de seguridad.
¿Qué hechos motivaron esta decisión? La clave sigue siendo la presencia prolongada del coronavirus en todo el planeta, que aún hoy sigue causando cientos de infectados y muertes diarias. En el caso de España, empezábamos a hacer frente a la segunda ola de virus, que sigue sin estabilizarse del todo. Lo que pocos esperaban que sucediera es que la prolongada presencia de este complemento se debiera también a una casi normalización de su uso, muchos de nuestros entrevistados coincidían en que, cuando todo esto acabe, la mascarilla seguirá formando parte de nuestras vidas como ocurre en los países asiáticos.
Sea como sea, parece que en este momento tenemos la mascarilla más presente como complemento que como medida de seguridad, convirtiéndose así en un gran elemento de imagen de marca, de merchandising y sobre todo representación personal. Estos tres elementos han sido el caldo de cultivo perfecto para que no solo los pequeños comercios se lancen a la venta de mascarillas de tela (una medida muy efectiva para paliar su falta de ingresos), sino que grandes empresas como Inditex, Decathlon o Adidas, entre otras, se han hecho hueco dentro de este nuevo nicho de mercado aprovechando el impacto de «esta nueva moda».
A pesar de su principal ventaja (la reutilización del producto), hay un importante elemento que estas marcas no han tenido en cuenta y que a día de hoy sigue causando confusión en la población, el nivel de protección. Tal vez este factor, como destacaban muchos de nuestros entrevistados, es el que motiva que sean preferibles las quirúrgicas o las FFP2.
En cuanto a las de tela, no todas están homologadas (para asegurarnos debemos comprobar que cuentan con este código: «UNE0065») y por tanto no ofrecen la misma protección. Por ejemplo, las que solo llevan una tela necesitan un filtro para que haga de barrera frente al virus. Este grupo se encuentra en el tipo de mascarilla higiénica, pero su uso se recomienda únicamente a las personas que estén sanas ya que los expertos las califican como poco eficaces. Por ejemplo, el Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades advierte de que «entre el 40 y el 90 por ciento de las partículas virales pueden penetrar en las mascarillas de tela».
Por otro lado, las mascarillas quirúrgicas (las médicas) y las FFP2 y FFP3 sin válvula (las que tienen válvula protegen a su portador pero no al resto) son las más seguras y protectoras, tanto para la persona que las lleva como al resto y son las que el Ministerio de Sanidad recomienda para su uso sanitario como y para personas que estén en contacto con el virus. Además, igual que con las de tela, debemos asegurarnos cuando las compremos de que son seguras, en sus cajas debe aparecer una «C» marcada junto a la etiqueta «UNE-EN 14683». Su desventaja es que no son reutilizables y tienen duración de cuatro horas.
Hasta hace poco se creía que las mascarillas que ofrecían mayor protección eran las quirúrgicas, pero un estudio de la Universidad de Tokio reveló que su protección rondaba solo el 50% (aunque sigue siendo más que el 20-40% de las de tela), frente al 70-90% de las N95 o FFP2. A pesar de todo, no éstas no están incluidas en la rebaja del IVA del Gobierno, la bajada al 4% solo afecta a las quirúrgicas (que ahora costarán en torno a los 0,62 cent.), por lo que su IVA seguirá siendo del 21%.
Un entorno seguro
Los centros universitarios han tenido que adaptarse a las circunstancias de la COVID-19. Es el caso de la Universidad Complutense de Madrid, que desde el mes de mayo comenzó con los preparativos y mantuvo la comunicación con los alumnos para el próximo curso. Vía correo electrónico la comunidad universitaria ha puesto en conocimiento de los alumnos las medidas para hacer de la universidad un entorno seguro. En el presente curso se mantendrá vigente la docencia virtual hasta el 29 de mayo de 2021. En general la Universidad Complutense da libertad para que las distintas facultades que la conforman lleven a cabo las medidas que consideren oportunas en su campo de estudio.
En particular la última comunicación del decano a los estudiantes de la Facultad de Ciencias de la Información es clara y concisa. Recuerda que la docencia de cada asignatura tiene sus características, permaneciendo así la libertad de cátedra del profesor aún en tiempos de pandemia. Insiste también el decano en la imposibilidad de obligar a un profesor a dar clase en línea de manera sincrónica. Es decir, si un profesor decide no dar clases online y para que, pese a ser limitadas, sean presenciales, no tiene obligación de darlas de manera simultánea vía online para aquellos que por cualquier motivo no puedan acudir a su clase.
La Facultad de Ciencias de la Información amaneció en septiembre con directrices de movimiento en el suelo, asientos limitados y dispensadores de gel en cada aula. Con el paso de los meses las directrices son ignoradas por los alumnos y profesores, a los asientos se les han caído las cintas que impedían sentarse y, en muchas aulas, de los dispensadores de gel solo queda la carcasa.
Con todo esto, aún a día de hoy la facultad sigue apelando a la responsabilidad de todos y sigue sin considerar «contacto estrecho» a los asistentes del aula que hayan estado en contacto con un alumno que haya dado positivo en COVID-19. Lo que se traduce en que los posibles contagiados seguirán asistiendo al recinto universitario pese haber estado en contacto con un positivo. La pregunta que surge ante este supuesto es de qué sirve el control mediante escáner QR de estancia en el aula si por mucho que se esté en contacto con un contagiado no se dará cuenta de ello.
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Muy buen reportaje !!!
Good and useful article about the current situation and it explains well how things changed.
Muy bien explicado. Gran trabajo informativo.
Muy bueno,gran trabajo