La pobreza tiene rostro de mujer
-
El 70% de las personas que viven en una situación de pobreza extrema en el planeta son mujeres.
-
La pandemia empujará a la pobreza a más de 46 millones de mujeres.
La pobreza es un fenómeno multidimensional que imposibilita que las personas se realicen y disfruten de una vida digna, privándolas de capacidades, oportunidades y derechos básicos imprescindibles. Globalmente, la pobreza tiene rostro de mujer. Según un estudio de la ONU Mujeres sobre la igualdad de género para la próxima Agenda 2030, para 2014 por cada 100 hombres de los hogares más pobres, había 155 mujeres, lo que supone más del 50%. Este fenómeno es denominado «feminización de la pobreza».
«La feminización de la pobreza se utiliza para expresar el creciente empobrecimiento material de las mujeres, el empeoramiento de sus condiciones de vida y la vulneración de sus derechos fundamentales.»
«Feminización de la pobreza», Rosa Cobo y Luisa Posada
El origen del concepto se remonta a la década de los 70, más concretamente a 1978, cuando la investigadora Diana Pearce lo mencionó en su exitoso trabajo social «The feminization of poverty: Women, work, and welfare». Sin embargo, el fenómeno se extendió en los 90, a través de investigaciones realizadas por organismos internacionales y, gracias al impulso que le confirió la IV Conferencia Internacional de las Mujeres, celebrada en Pekín en 1995.
La feminización de la pobreza es una realidad. En el contexto actual, ha adquirido una gran relevancia debido, por una parte, al incremento del número de mujeres pobres; y por otra, a la intensificación de las situaciones de pobreza en las mujeres y en sus descendientes. Además, este fenómeno revela los mecanismos y las barreras sociales, económicas, judiciales y culturales que deben superar mujeres y otras identidades feminizadas cada día.
Más de 3.000 millones de personas en el mundo viven en circunstancias de pobreza, de las cuales el 70% son mujeres. Según cifras recogidas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), a nivel global, 122 mujeres entre 25 y 34 años viven en la pobreza extrema por cada 100 hombres del mismo grupo de edad. A pesar de que la feminización de la pobreza aumenta de manera similar en todo el mundo, sus causas varían de una región a otra dependiendo de las condiciones sociales, demográficas y económicas.
Existe una gran variedad de circunstancias que provocan el fenómeno de la feminización de la pobreza. En primer lugar, las mujeres no siempre pueden acceder a los recursos en las mismas condiciones que los hombres, estando su derecho a, por ejemplo, la posesión de propiedades o recepción de herencias limitado por la legislación de su nación. En otros casos, la privación no tiene un origen legal, sino cultural. Las concepciones tradicionales de las mujeres les atribuyen las tareas relacionadas con los hogares y el cuidado de los necesitados, frente a los trabajos remunerados, desempeñados por los hombres.
Así, las mujeres realizan más de los dos tercios del trabajo no remunerado, que tiende a ser infravalorado. Muchas veces incluso se ven obligadas a sacrificar su educación pese a su tendencia a obtener resultados académicos positivos, o a casarse a edades muy tempranas con hombres de forma forzada. En este contexto, las mujeres son incapaces de alcanzar la independencia económica, lo que las coloca en una situación de vulnerabilidad ante la pobreza.
Las mujeres que sí cuentan con acceso a empleos remunerados tienden, en todo el mundo, a llevar a cabo trabajos con malas condiciones y de carácter inestable, cuya destrucción suele ser rápida. Además, se ven perjudicadas por realidades como la brecha salarial. Las mujeres que desempeñan trabajos remunerados ganan, de media, poco más del 50% del sueldo que obtienen sus compañeros masculinos. Esto se suma a otras discriminaciones que sufren las mujeres en el mundo laboral, como una exigencia extremadamente elevada o el rechazo ante la posibilidad de un embarazo. Por otro lado, las mujeres también se enfrentan al denominado «techo de cristal», que impide a muchas acceder a las posiciones superiores y a la toma de decisiones en sus respectivos trabajos, evitando así que se produzcan los cambios necesarios para una mejor integración. Los salarios inferiores y la inestabilidad del empleo hacen a las mujeres víctimas más probables de la pobreza.
Esto es especialmente cierto en los hogares monoparentales encabezados por mujeres. En ellos, las madres deben asumir tanto las responsabilidades laborales como las familiares, lo que puede derivar en el desempeño de trabajos mal remunerados pero flexibles y que facilitan la compatibilización de las labores domésticas, las obligaciones familiares y la educación de los hijos, algo particularmente necesario en aquellos países en los que el gasto público en cuidado infantil se reduce cada vez más. Este tipo de hogares tiene una alta probabilidad de caer en la pobreza, con la consecuencia añadida de que es posible que la descendencia también se vea afectada en un futuro.
Cabe destacar, así mismo, que en muchos casos las mujeres sufren situaciones de violencia tanto física como psicológica. A pesar de que las mujeres sufren una violencia extrema en situaciones de conflicto (violaciones, escaso acceso a productos de higiene femenina, prostitución, negación del acceso a la educación o al aborto seguro…), existen otras costumbres culturales que dañan a las mujeres y afectan a su desarrollo, pudiendo provocar incluso el rechazo social y aumentando así la pobreza femenina. Ejemplos de ello son los matrimonios forzados, la mutilación genital femenina, la venta de mujeres o las pruebas violentas de virginidad.
España en cifras
En España, la pobreza también tiene género. Como ocurre en muchas otras sociedades, las mujeres españolas son discriminadas en el mercado laboral, donde su ganancia anual media supone tan solo tres cuartos de la percibida por los hombres y sus probabilidades de situarse por debajo del Salario Mínimo Interprofesional son mucho más altas que las de éstos. El empleo femenino es, además, marcadamente estacional y se destruye con rapidez, dificultando el acceso de las mujeres a él. Así, las mujeres son casi el 60% del total de parados (a noviembre de 2020) y el 40% de los desempleados de larga duración.
Las consecuencias de estas cifras se extienden hasta el futuro, provocando una gran diferencia en las pensiones percibidas. En España, un país donde la subida de las pensiones es reclamada por muchos, las mujeres pueden llegar a cobrar un 53% menos que los hombres en los niveles educativos más bajos. Así, un varón jubilado y con estudios primarios recibiría cerca de 1.100 euros mensuales, mientras que una mujer con el mismo historial educativo obtendría mensualmente 720 euros. La brecha se reduce considerablemente para las personas con estudios superiores, pasando a ser de en torno a un 3%. Pero la diferencia en el importe no es el único problema: las mujeres cobran también menos pensiones contributivas de jubilación, con los hombres recibiendo casi un millón y medio de pensiones más, en 2019.
Esta disparidad en las pensiones tiene un origen histórico. En el momento en que se creó el sistema de pensiones en España, la mayor parte de las mujeres no tenían grandes trayectorias laborales, de manera que no lograban cotizar el mínimo necesario de 15 años para conseguir una pensión contributiva. Las que lo hacían, trabajaban generalmente en empleos con escasa remuneración, lo que se traduce en las pensiones. Precisamente por esto, son pocas las mujeres que perciben las pensiones altas (superiores a 2.500 euros).
«El régimen franquista desincentivaba completamente el trabajo de las mujeres fuera del hogar y desde luego la cotización. Teóricamente, se dice que no han trabajado y eso no es cierto, porque sí lo hacían. No solo en sus casas, sino que además hacían otro tipo de trabajo, tareas que no contaban como un trabajo oficial, [sino] como ayuda familiar», señala Carmen Romero Bachiller, profesora de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. «Lo que pasaba es que no se encontraban en el mercado laboral oficial, entre muchas cosas porque el propio Estado desincentivaba que las mujeres accedieran de forma oficial al empleo. Se veía como algo que socavaba la familia y la propia masculinidad.»
Además, y como se ha mencionado anteriormente, las mujeres tienden a desempeñar un papel clave en los hogares, siendo éstos otro ámbito de discriminación. En España, hay actualmente 1.842.000 hogares monoparentales, de los que más del 80% están encabezados por una mujer. Las dificultades de estas madres para acceder a un trabajo son enormes: casi la mitad de ellas no tienen trabajo, mientras que otras muchas trabajan sin contrato. El desempleo en este sector suele ser de larga duración, superando incluso el año. Las complicaciones para encontrar un trabajo estable repercuten en estos hogares, de forma que el 53% de familias monoparentales se encuentra en riesgo de exclusión o pobreza, según la Fundación Adecco.
La pandemia frena a las mujeres
La pandemia tendrá consecuencias desgarradoras para las mujeres. Si bien se esperaba que entre 2019 y 2021 la brecha de pobreza entre hombres y mujeres disminuyera un 2.7%, con la llegada de la Covid-19 ha aumentado un 9,1%. De los 96 millones de personas que la pandemia arrastrará a la pobreza en 2021, 46 son mujeres, sumando en total 435 millones de mujeres y niñas en la extrema pobreza, que tendrán que sobrevivir con 1.90$ al día, cifra en la que se sitúa el umbral de la pobreza. Los primeros estudios estiman que los datos no alcanzarán los niveles anteriores a la pandemia hasta 2030.
El coronavirus no solo provocará un empeoramiento en las perniciosas cifras ya existentes en áreas como en Asia central y África subsahariana, donde reside el 87% de la pobreza mundial, sino que en regiones del mundo donde se había logrado un gran avance en la reducción de este fenómeno, como el sur de Asia, las mujeres se verán de nuevo envueltas en situaciones de extrema pobreza. De este modo, para 2030 por cada 100 hombres pobres de entre 25 y 34 años en Asia meridional, habrá 129 mujeres, de acuerdo con un estudio de ONU Mujeres y el PNUD.
Las mujeres, principalmente migrantes y procedentes de grupos étnicos marginados, están empleadas en los sectores más precarios (limpieza, cuidados o servicios domésticos, por ejemplo), que son también los más afectados por la pandemia. Por ejemplo, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que, en los meses tras el comienzo de la pandemia, más de dos tercios de las empleadas domésticas perdieron su empleo. Esto ha llevado a las mujeres a una situación de mayor vulnerabilidad económica y a un incremento de la carga de trabajo doméstico y no remunerado.
A todas estas desventajas debemos sumarle las situaciones de violencia de género que ya vivían cientos de mujeres, y que se vieron agudizadas durante el confinamiento de la primavera de 2020: prohibición para acceder al mercado laboral y a los ingresos de su pareja, pérdida del control sobre sus propios recursos económicos o violencia física y psicológica que incapacitan a la víctima profesionalmente. Muchas tuvieron que huir de su hogar junto a sus hijos, sin otra opción que quedarse en la calle, o acudir a ONGs, al no disponer de independencia económica. En otros casos, las víctimas no tienen otra opción que permanecer en su hogar con su agresor para no encontrarse en la pobreza extrema.
Cabe destacar que las predicciones elaboradas por distintas organizaciones internacionales solo tienen en cuenta el Producto Interior Bruto (PIB), de manera que ocultan una desigualdad aún mayor. Estos pronósticos ignoran, entre otras, las labores de cuidados familiares o del hogar, en general realizadas por mujeres, por lo que no suponen una representación necesariamente fiel de la realidad.
No obstante, una de las principales preocupaciones es que la erradicación de la feminización de la pobreza se aleje cada vez más, ya que este año habrá 118 mujeres en situación de pobreza por cada 100 hombres, y en 10 años se espera que el número de mujeres suba a 129. Estos datos no reflejan una realidad existente solo en los países denominados «en vías de desarrollo» , sino que son comunes a todo el mundo. En España, en concreto, un estudio de Mujeres en red defiende que el aumento de esta desigualdad es muy latente desde la última crisis económica.
Para lograr la desaparición de este fenómeno, es imprescindible ser plenamente consciente de su existencia. Como señala Romero Bachiller: «[No] puedes hacer una medida general si no tienes en cuenta cuál es la estructura y que es lo que está produciendo las necesidades que vas a enfrentar, y en medio de todo eso, efectivamente, el género es un elemento de análisis estructural. […] [Si] lo que estás haciendo es ser ciego (o ciega) a las desigualdades de género, porque igual tienes prejuicios, entonces lo que haces es reproducir y generar más desigualdad con las medidas. Porque no estás respondiendo al problema.»
A pesar de que las mujeres representan el 51% de la población mundial, la discriminación por género todavía tiene mucho peso en la sociedad. La segregación de las mujeres no solo es económica, también se produce en la política, en lo cultural o, incluso, en lo religioso. Para garantizar una igualdad que abarque todo ámbito, debe ser introducida la perspectiva de género desde las instituciones para analizar cuales son las necesidades en cada caso. La feminización de la pobreza no se erradica con los mismos instrumentos que la pobreza en general. El hecho de que, en 2020, solo se invirtiese el 10% del presupuesto total destinado para la Covid-19 en actividades con carácter de género es un indicador de que todavía queda mucho por hacer. La agenda política debe cambiar, promoviendo leyes que creen un sistema legal y justo para evitar que las mujeres caigan en esta situación. Ser mujer no es fácil en un mundo donde el sexo marca quien es pobre y quien no.