Cisneros, rugby y universidad
La formación universitaria va más allá de las aulas y los libros. Véase las tertulias de un café. Estas enriquece tanto como analizar el monólogo de un erudito o degustar las páginas de algún lúcido ensayo. Las relaciones entre personas se antojan básicas a la hora de forjar al individuo, para ello la universidad ofrece espacios como los colegios mayores, los cuales, a través de una idiosincrasia sólida, colaboran en esta tarea. El Ximénez de Cisneros, Mayor Decano de la Universidad Complutense, se apoya en el rugby, un deporte cuyos valores van más allá del ejercicio y sirven de seña para identificar a quienes conviven dentro de la citada institución.
La imagen que ahora se tiene de la universidad carece de matices. La mayoría; estudiantes, profesores o padres, aluden a la formación académica como el único saber que ahí se predica y se olvidan de que es algo que va mucho más allá. Pensadores como Alfonso X El Sabio o José Ortega y Gasset coinciden en ello. Entienden que esta institución es una comunidad donde todos, maestros y alumnos, tienen algo que enseñar y no hay conocimiento que haya de ignorarse. Hay sitio para la ciencia y la literatura, para los debates y las tertulias. Para el deporte…
Esta visión de universidad dista mucho de la que se tiene hoy día. Pero sigue existiendo. El Colegio Mayor Ximénez de Cisneros, adscrito a la Complutense de Madrid, puede servir de ejemplo. Con el rugby como elemento unificador, todos los valores que ahí se predican: respeto, amistad y compromiso, nacen de la ideología del oval.
El Ximénez Cisneros se inspira en los colegios mayores ingleses
Este enlace empieza cuando la antigua Residencia de Estudiantes se trasladó al corazón de la ciudad universitaria madrileña, en 1943. Bajo el nombre de Ximénez de Cisneros, quedó enamorada del Estadio Central de la Complutense. Sobre el verde césped se alzaban los palos de rugby, tres postes que forman una hache y dotan de identidad a los estadios donde se practica este deporte. Eran altos e imponentes, llamaban la atención e invitaban a la curiosidad. El flechazo fue inmediato, por lo que pronto los colegiales se pusieron a jugar.
Desde entonces, el Mayor comenzó a ser un lugar donde no solo convergían estudiantes de diversos lugares de España, sino que era un punto de encuentro para otros amantes del rugby que no tenían un sitio donde desarrollar sus habilidades. Fue Manuel Durán Sacristán, Director del Cisneros entre 1956 y 1978, quien afianzó este matrimonio. Inspirado en el modelo universitario inglés, institucionalizó los lazos entre Colegio y rugby. La ya de por sí enriquecedora experiencia de vivir en un recinto universitario adquiría nuevos matices con esta unión. Era la foto de una imagen que todavía perdura. Imagen que conocen los cisneros; antiguos y nuevos; jugadores y aficionados; amantes del rugby o informados sobre el Colegio Mayor Decano de la Universidad Complutense.
En la actualidad, a ojos de la ley, el Ximénez de Cisneros sufre una bifurcación: club deportivo e institución universitaria. Se debe esto a que en 1989 el sector profesional del rugby tuvo que independizarse para hacer válidos los nuevos códigos deportivos. Sin embargo, su camino sigue siendo el mismo. El Colegio sirve de sede para el equipo y la esencia que predica el deporte cala en los espíritus de los que viven en él.
Se conoce a la sección profesional del club como C.R. Complutense Cisneros. Esta, para mantenerse unida al Mayor, ofrece becas a esos jóvenes que vienen a Madrid a estudiar y son unos virtuosos del deporte. Aquí es donde se produce la simbiosis. El equipo ayuda a los estudiantes a sufragar los gastos del Colegio, y estos colaboran en el día a día de un club que juega en División de Honor, la máxima categoría del rugby en España. Lavan camisetas, ordenan fichas, entrenan a la cantera, y lo más importante, hacen perenne al Cisneros.
Los balones ovalados no están a la misma altura que los esféricos. No se dispone, por tanto, del mismo dinero para desarrollar esta práctica deportiva -al menos, así pasa con el club colegial-, que ahora mismo, es considerada amateur. Pese a la profesionalidad de la institución, es imposible pagar elevados sueldos a los jugadores. Obviamente, así no se puede exigir plena dedicación dado que para sobrevivir tienen que compaginar el rugby con el trabajo.
Cada colegial siente el rugby a su manera
De ahí la importancia de estos jóvenes. A cambio de poder vivir en el Mayor, mantienen al Cisneros en la élite del rugby español gracias a sus cualidades: juventud, esfuerzo y calidad. Unas cualidades trasmiten al Colegio para que continúe en lo más alto del panorama universitario. Aunque lo verdaderamente importante es que predicando esos valores, la institución se hace eterna. En 2016 todavía permanece intocable una esencia que nació en 1943.
Hoy se puede decir que no hay colegial que haya pasado por el Ximénez de Cisneros que no haya tocado un oval. Sea en el Paraninfo de la Complutense, en un llano del Parque del Oeste o en los propios jardines del Mayor, esos virtuosos del rugby enseñan a sus compañeros y vecinos a pasar y recibir el balón. También les indican cuando hay que correr, por qué hay que placar y en qué momentos es mejor patear.
El rugby es un deporte que por la rudeza de sus acciones no está hecho para todos, pero hasta el más endeble tiene su sitio. Lo narra Argimiro Daza, que fue Subdirector del Colegio entre 1980 y 1983. Nadie, por mucho que no encaje dentro de los cánones que exige el rugby, “se oponía frontalmente a la práctica del deporte. De hecho, mostraban su respeto y consideración”.
Más de treinta años después, se vive la misma situación. Los jugadores del Club de Rugby se concentran para ganar a su rival en el Central de la Complutense, mientras tanto, una marea azul se desplaza del Colegio al estadio con ganas de animar. Llega el momento de que los menos virtuosos saquen a relucir sus cualidades. Respeto, amistad y compromiso. Las mismas que predica el rugby. Las mismas que predica el Cisneros. Durante ochenta minutos de partido, esos que no destacan por la potencia de sus piernas brillan por la fuerza de su voz.
Un silencio ensordecedor precede al pateo del jugador. Golpea y transforma. Cinco más dos. Entonces se levanta un colegial y procede a entonar el cisneriano grito de guerra:
– ¡Coleeegio!
– ¡Bien!
– ¡Coleeeeeeegio!
– ¡Bien!
– ¡¡Coleeeeeeeeeeeeegio!!
– ¡¡Bien, coño, bien!! – empiezan a llover los aplausos. El Colegio ha ensayado. La felicidad del momento hace unión en una grada donde antiguos y nuevos ven jugar al Cisneros. A todos les mueve el rugby. Es el denominador común. Los mayores son los maestros. Los jóvenes, los alumnos. Ambos, en comunidad y hermandad hacen universidad.