Se busca vida digna

Todo empezó un fin de semana de junio. Ana y Chema paseaban acaramelados por la plaza de Callao, en el centro de Madrid. Ambos han experimentado la adopción y son amantes de los animales, pero con sus particularidades: Ana no hace distinciones, a ella todos los perros le parecen adorables; Chema, en cambio, era más exigente, a él los galgos y otros perros de caza nunca le habían atraído. Pero Lola lo cambió todo. Con la mirada, les habló: “Busco vida digna, adóptame”.

Lola, la galga rescatada de morir por dejar de ser útil para la caza | PACMA

En mitad del paseo, dieron a parar con un grupo que destacaba entre la multitud. Iban ataviados con petos distintivos, en los cuales podía leerse “Puro Galgo” y “Cuatro Huellas”. Eran voluntarios y estaban en la plaza publicitando los animales que habían rescatado las dos protectoras. Cada uno de ellos era custodiado por uno de los voluntarios, que agarraba la correa de su animal como si de una extensión de su brazo se tratara. Movidos por la curiosidad, Chema y Ana se acercaron a explorar entre la gente. Y, de repente, ella les eligió.

Lola acababa de ser recogida. No estaba excesivamente delgada aunque las pulgas y garrapatas la estaban devorando cuando la encontraron. Sólo tenía alguna que otra cicatriz de perdigón en el cuerpo, pero lo peor era su artritis precoz y consiguientes problemas de cadera.

A Chema no le gustaban especialmente los galgos, pero sí le gustó especialmente Lola. Y Ana, cuando vio la emoción que había despertado la perra en su pareja, no pudo sino adorarla aún más. No les quedó más remedio, tenían que llevársela a casa. Y hasta hoy.

El maltrato animal es democrático

150.000 animales abandonados cada año en nuestro país. Sin embargo, Lola ha sido una afortunada excepción. Entre las fuentes del maltrato y abandono, se encuentran la compraventa en tiendas y entre particulares, la cría descontrolada, los animales empleados en peleas y los empleados para caza. De esta última actividad derivan el 10% de los casos de maltrato y abandono según cifras del Partido Animalista – PACMA. En las provincias donde esta tradición está más arraigada, el porcentaje de perros de caza recogidos por protectoras asciende al 90% del total de abandonos.

Aunque los galgos se han convertido en uno de los mayores símbolos del maltrato animal en España, lo cierto es que la problemática de los perros empleados para la caza va mucho más allá. En este sentido, el maltrato es muy democrático y afecta por igual a galgos, podencos, bretones, pointer, bodegueros, setter, cocker, bracos y cualquier otro perro mestizo que reúna cualidades aptas para la caza. Para muchos de ellos, la actividad cinegética supone correr hasta la muerte.

Abraham Corpa, presidente de la Plataforma en Defensa de la Caza con Galgo y propietario de 40 perros, considera que hay grandes mentiras en torno a los galgueros. Para él, los que maltratan a sus perros son una minoría, una manzana podrida dentro de un colectivo compuesto por cerca de 200.000 miembros en toda España. “Los perros que aparecen abandonados es porque nos los han robado”, afirma el cazador. Sin embargo, la dificultad para devolverlos a sus responsables radica en que en gran parte de los abandonos, los perros aparecen sin chip identificativo, bien porque nunca lo llevaron, bien porque les ha sido arrancado de la piel.

Precisamente este hecho es uno de los que más retan la obtención de cifras para medir la problemática. El último estudio independiente fue realizado en 2011 por la Fundación Affinity. En él se apuntaba que con la llegada de febrero y el fin de la temporada de caza, el número de perros abandonados ascendía a los 50.000. Para ilustrarlo se lanzó hace dos años ‘Febrero, el miedo de los galgos’ , un documental que pone cara a las cifras del abandono y relata la vida de miles de galgos como Lola.

Perros de caza encerrados en un zulo en San Roque, Cádiz | PACMA

¿Es legal?

El chip identificativo es obligatorio en todo el territorio, pero éste es uno de los pocos aspectos que tienen en común las comunidades en lo que a legislación animal se refiere. Lo cierto es que al no existir una ley estatal de protección animal, las competencias pertenecen a las administraciones provinciales e, incluso, municipales, por lo que algo que está penado en una provincia puede ser legal en la de al lado.

En la actualidad, el único castigo contra el maltrato animal contemplado en nuestra legislación nacional aparece en el Código Penal, donde, en las circunstancias más graves, el culpable se enfrentaría a una pena de prisión de tres mes a un año, una multa que ronda los 300€ y la inhabilitación para la tenencia de animales en un máximo de tres años. Los animalistas consideran que la ley es demasiado laxa y que no cumple su función disuasoria, puesto que apenas llegan hasta los juzgados denuncias de este tipo y, de las que llegan, el 90% se archivan.

En realidad, sólo ha habido un caso de ingreso en prisión en España por delitos de maltrato animal y el condenado fue liberado en menos de dos meses. Logró que su privación de libertad fuera conmutada por la asistencia a un programa de protección de animales.

Eugenio Sánchez, primero en ingreso en prisión en España por delitos de maltrato animal

Hay esperanza

Detrás de cada cifra hay una historia de sufrimiento y maltrato animal, pero también otra de cooperación y esperanza: la de los voluntarios e integrantes de las organizaciones que se dedican al rescate, recuperación y adopción de los miles de animales abandonados cada año. Estas organizaciones que se levantan con el esfuerzo de sus voluntarios son las perreras y protectoras, aunque existen diferencias sustanciales entre ellas.

Las perreras son de titularidad pública -aunque están habitualmente gestionadas por empresas privadas- y reciben subvenciones del Estado para su mantenimiento. En el caso de las protectoras, son de iniciativa privada y se financian casi exclusivamente con las aportaciones de sus socios y padrinos.

Más allá de aspectos formales, la principal diferencia entre ambas es la política de sacrificios. La mayoría de las protectoras son contrarias al sacrificio de animales sanos, mientras que en las perreras es una práctica habitual. Generalmente, motivada por problemas de espacio en las instalaciones y por falta de promoción de los animales para su adopción. En los casos más extremos, los animales entran a la perrera y, tras pasar los días que marca la ley en los que el dueño puede venir a reclamarlos, se les sacrifica.

Por ello muchos de los voluntarios de las perreras pertenecen a protectoras y tratan de trasladar a los perros de un sitio a otro para evitar su sacrificio. De ese modo, evitan que sus altas posibilidades de morir se trasladen del cazador a la perrera y les dan una oportunidad real de ser adoptados. ¿Cómo? Promocionándolos.

Ana y Chema acariciando a Lola, su perra adoptada en junio de 2015 | PACMA

Las redes sociales son una de las herramientas más extendidas, pues permiten no sólo contar las terribles historias de estos animales, sino también mostrarlos a través de vídeos y aumentar así la empatía de la audiencia. Una de las últimas iniciativas que han tenido las protectoras y que mejores resultados está dando es trasladar a los perros a las calles del centro de Madrid los fines de semana.

De ese modo, cualquiera que pase por delante es un adoptante potencial, aunque la persona no lo sepa. Como les ocurrió a Chema y Ana, decenas de personas han sido adoptadas por perros en mitad de la ciudad.

Eso sí, los perros no se entregan sin más. Es necesario acercarse a la protectora, pasar una entrevista, un cuestionario y firmar un contrato de adopción. De ese modo, los perros finalmente logran esa vida digna que se les arrebató y los adoptantes un fiel compañero que no sabían que necesitaban hasta que se hizo imprescindible.