Mirada al futuro
Cuando pensamos en una minusvalía visual, automáticamente nos viene a la mente la palabra “ciego”, y con ello la ONCE. Pensamos en gente portando un largo bastón blanco y en un perro guía de aspecto tranquilo. Inés Carrasco es una de esas personas que a simple vista no aparenta ser un miembro de tan reconocida asociación. Es una chica de 22 años, alta y de pelo cobrizo. No tiene bastón ni perro, pero sí muchas ganas de comerse el mundo.
A veces creemos que la ONCE solo ampara a invidentes, pero nada más lejos de la realidad. Inés padece distrofia de conos, una enfermedad hereditaria que le impide ver los colores (salvo el rojo en algunas ocasiones), y que a su vez le provoca fotofobia, una intolerancia a la luz que le obliga a llevar unas gafas oscuras cada vez que sale a la calle. La enfermedad nació con ella y, pese a ser congénita, no hay rastro alguno de antecedentes familiares.
Nos acoge en su casa en plena Plaza de Castilla (Madrid), una casa bastante amplia para ser el típico piso de estudiantes. Pequeñita y coqueta. Nos ofrece un poco de agua mientras nos cuenta el acierto que supuso mudarse a Madrid sola. Primero estuvo en una residencia y luego se mudó a su piso actual.
El hecho de independizarse puede ser chocante si tenemos la falsa creencia que “minusvalía” es lo mismo que “dependencia”. Aunque hay ciertas cosas con las que necesita algo de ayuda, la gran mayoría puede realizarlas con total autonomía. “En la residencia hubo gente que en todo el curso no se percató de que no veía bien. Supongo que es porque la gente espera de un minusválido alguien que necesite ayuda constante para todo, pero la minusvalía abarca más que a los dependientes”.
La palabra ‘minusválido’ fue desterrada del vocabulario familiar por la de ‘persona con diversidad funcional’. El objetivo era claro para su familia: Inés no iba a ser menos válida que el resto. Y es que el hecho de que la sociedad tenga ese prejuicio les dificulta más la tarea. “Claro que hay limitaciones, pero muchas menos de las que la gente piensa”.
Y es que para Inés no existe un “día cualquiera”. Su día a día está lleno de pequeños obstáculos que tiene que ir saltando con ayuda de sus compañeros o, en la mayoría de los casos, ella sola.
“Hasta que no empieza a oler a quemado, no lo saco de la sartén”
A primera vista, levantarse de la cama e ir a desayunar no parece muy complicado, pero el problema llega cuando vas a coger el pan y no te das cuenta que está cubierto de moho, o cuando no ves la cantidad de líquido que viertes en el vaso. Pero, sin duda, las tareas del hogar se complican cuando toca cocinar. Nos cuenta Inés que cuando están cocinando algo en la sartén no sabe que el aceite está listo hasta que no empieza oler un poco a quemado.
Así, cientos de gestos que para los videntes están totalmente interiorizados, pero que para Inés suponen, en algunos casos, “momentos muy incómodos”. Nos cuenta que una vez en el metro de Madrid le pidieron el abono. Cuando vieron que era uno especial para personas con discapacidad le preguntaron que de dónde lo había robado. Inés está más que acostumbrada a paliar con situaciones así. Antes le costaba mucho, pero ahora se lo toma con algo más de paciencia, “la gente por desconocimiento es un poco bruta”.
Combinar la ropa cuando no se aprecian los colores puede resultar frustrante
Para muchas chicas salir de compras se convierte en un momento de ocio divertido y placentero, pero para Inés la moda supone toda una tortura: “odio ir de compras”. Inés sólo ve en blanco y negro, y al no poder percibir los colores, combinar la ropa no lo lleva muy bien. Nos dice que “conozco mi ropa a la perfección” y que suele necesitar la ayuda de su madre y su hermana para comprar las cosas, y le aconsejan sobre qué prenda debe combinar con otra.
Según Inés la sociedad está cada vez más preparada, pero su día a día se presenta como un reto. Muchas veces, cuando está en la calle y hay mucha luz, no alcanza a ver la luz del semáforo. Esto se complica todavía más cuando no emiten ningún tipo de señal acústica. En muchas ocasiones, admite tirarse a la calle cuando no oye coches o cuando ve que otras personas cruzan.
Dice Inés que sus amigos creen que es una borde a veces. “Creen que no les saludo porque no me caen bien o algo, y lo que ocurre es que sencillamente que no los veo si me los cruzo por la calle”. Tienen paciencia con ella y la acompañan, por ejemplo, al cine, cuando quiere sentarse en la 5ª fila, porque más atrás no se entera de la película. Lo bueno para ella es que tiene ganas de hacer las cosas que hacen el resto de chicos y chicas de su edad, como salir de fiesta o ligar, aunque en algunos aspectos se manifiestan los obstáculos con los que cuenta por no ver como los demás. Un guiño, que para la mayoría resulta un gesto que puede significar muchas cosas, para Inés pasa desapercibido. “Ligar es una mierda. Te pierdes toda la comunicación no verbal”.
Agradece que su familia no la haya frenado por miedo. Desde pequeña ha hecho lo mismo que su hermana, aunque después de una tarde montando en bici, podía regresar con algún que otro moratón. Sin embargo, eso le ha ayudado a tener confianza en sí misma, a hacer todo lo que quisiera a hacer sin frenarse por tener una discapacidad. De hecho, Inés juega al goalball, el único deporte exclusivo para ciegos. Se quema las rodillas de vez en cuando al intentar parar los disparos del equipo rival, y explica que tiene más riesgo del que parece porque, para parar el gol hace falta tirarse al suelo con todo el cuerpo, tapando el mayor espacio posible, sin saber con qué parte vas a detener la pelota.
La formación académica es una tarea mucho más dura para personas con discapacidad
No todo es comprensión y apoyo. En el colegio y en el instituto contaba con requisitos distintos a los de sus compañeros. Por razones obvias, le llevaba más tiempo, por ejemplo, leer un examen, así cómo responderlo. No siempre los compañeros entendían que se trataba de encontrar el equilibrio. “Muchos creían que por tener algunas ventajas yo era privilegiada y no era así. Si precisamente me daban más tiempo era porque lo necesitaba para igualarme con el resto”.
Formarse para una persona con cualquier tipo de discapacidad supone una tarea mucho más dura que para una persona en plena posesión de las capacidades y sentidos. Por esta razón, hay un gran número de personas con discapacidad que no se sienten capaces de desarrollar una formación académica superior.
La ONCE no solo apoya a los invidentes a desarrollar su aprendizaje en las primeras etapas, como puede ser primaria y secundaria, sino que cuenta con una escuela, adscrita a la Universidad Autónoma de Madrid, en la que imparte clases especiales de educación superior universitaria de forma gratuita para aquellos que deseen estudiar y aprender una profesión que puedan desarrollar con pocas diferencias, en comparación de los videntes.
Inés estudia el grado de fisioterapia en la Escuela Universitaria de Fisioterapia de la ONCE. Como requisitos de admisión en este centro es imprescindible ser ciego o deficiente visual, estar afiliado a la ONCE y haber superado los requisitos académicos que se le exigen a cualquier persona que desee acceder a la enseñanza universitaria, es decir, haber aprobado bachillerato y selectividad, o haber realizado una prueba de Acceso para mayores de 25, 40 o 45 años en la UAM. Para esta escuela no existe una nota de corte y solo se ofertan 24 plazas al año. Sin embargo la demanda no suele superar esta cuota.
Los métodos de estudio que se llevan a cabo en esta escuela están completamente adaptados a todos los grados de deficiencia visual. Dependiendo del alumno se le proporciona un tipo de material de estudios adaptado a sus necesidades. En el caso de Inés, al tener una deficiencia visual y no una ceguera total, se le facilitan apuntes y fichas con un tamaño de letra superior al que se habitúa en otras universidades. Para otros alumnos con ceguera se les proporciona material en braille, así como ordenadores adaptados que leen lo que van escribiendo. Este tipo de recursos se utilizan tanto como material de clase, como material de examen. Por otra parte, en las clases prácticas se da una especial atención a que los alumnos aprendan toda la anatomía a través del tacto. Al no poder apreciar visualmente la postura corporal o el estado de los músculos, los profesores son muy exigentes a la hora de que todos los alumnos sepan de memoria cada parte del cuerpo y cómo deben tratarla, guiándose únicamente por su tacto y las indicaciones que pueda decir verbalmente el paciente.
En la Escuela de la ONCE hay todo tipo de profesores, tanto videntes como ciegos. Como comenta Inés, aquellos que también presentan una deficiencia visual parcial o total son incluso más duros con los alumnos, exigiendo siempre la perfección y el más alto nivel, consiguiendo así que los graduados en la escuela sean de los fisioterapeutas más cualificados de todo el territorio nacional.