Varsovia, Sofía y Belgrado, fuera de foco. Revoluciones de 1989, el año en que cambió Europa (5)
Cuando noviembre del 89 llegaba a su fin con un triunfo más de la democratización europea en la Revolución de Terciopelo checa, ya casi nadie se acordaba de Polonia. Parecía que había sido un proceso híbrido con la convivencia del antiguo régimen y los nuevos demócratas. A pesar de todo, las elecciones del 4 de junio en un país de la órbita socialista fueron un rotundo éxito para Lech Walesa y Solidaridad, pero todavía tendrían que atravesar algunas dificultades impuestas por el viejo régimen detentando el poder. Era el primer paso en la caída del Telón de Acero, pero a pesar de ello no pude ser testigo directo de aquellos acontecimientos. El problema fue solicitar un visado de periodista para viajar a Varsovia tan sólo dos semanas antes de los comicios. Aunque no lo denegaban, los regímenes socialistas siempre dilataban todo lo posible el tiempo de concesión, con el fin de evitar agentes incómodos o desconocidos. Ante mi reclamación del ‘salvaconducto’ en la embajada me redirigieron al encargado de cultura.
Polonia derriba el Telón de Acero
El encargado de negocios polaco me recibió, disculpando la ausencia del delegado de prensa y cultura, en su sede diplomática de Viena, en el distrito de Hietzing cerca de Schönbrunn. «Polonia entera era un hervidero de acontecimientos históricos y no los podía relatar en primera persona», pensaba yo mientas esperaba en un gran salón decorado con el más refinado estilo barroco, que hacía justicia al palacio que en tiempos fuera propiedad de la nobleza bohemia. Me saludó con una gran sonrisa y un enérgico apretón de manos. Mientras tomábamos una taza de café, servido en una vajilla acorde con la decoración, me explicó que mi solicitud estaba siendo estudiada por el Ministerio de Seguridad. Aprendería la lección rápido: si necesitas un visado con urgencia y todavía no te conocen en un país con Gobierno poco democrático y nada garantista, no se te ocurra decir que eres periodista y trata de pasar por turista. Aunque si lo haces con tiempo conviene identificarse para que sepan dónde estás en caso de problemas. Después de una no muy larga conversación en la que el experimentado funcionario no contestó con concreción a ninguna de mis preguntas, salí de la embajada pensando que no había nada que reseñar de aquella reunión. En lo personal, dada mi bisoñez, me sentía un traidor por compartir y aceptar el agasajo del poder totalitario acomodado en el noble palacete, además de sentir rabia por no haber podido viajar al centro de la vorágine electoral. Lo único que pude apreciar fue un enfoque personal del funcionamiento del aparato del partido y la burocracia de la administración comunista.
Por tanto mis crónicas tenían menos valor y no están incluidas de forma independiente en «1989, el año en que cambió Europa». De todas formas, Viena estaba más cerca de Varsovia que Madrid y eso me daba una pequeña ventaja, ya que al recibir información más cercana al foco informativo estaba teóricamente mejor informada. Casualmente, cerca de casa tenía una de las iglesias polacas más importantes de la capital, Zum heiligen Kreuz. Cada domingo por la mañana el barrio, normalmente vacío y silencioso, se convertía en un hervidero de gente que llenaba el templo y los alrededores. Uno de aquellos domingos, bajé a la calle a comprar tabaco y el único establecimiento abierto era precisamente un bar situado cerca de la iglesia, podríamos decir que era la segunda sede de la parroquia. Empujé la puerta del local, que ofrecía una inusual resistencia, y conseguí abrirla desplazando un involuntario freno que no era más que el sacerdote que había celebrado la misa apoyado en aquella mientras tomaba su brebaje. Era un cuadro hiperrealista, digno de un pintor itinerante soviético. Mucho humo, mucha cerveza, mucha risa y curiosamente muy poca mujer presente. Era un barrio espiritual, el tercer distrito, tenía incluso muy cerca una iglesia ortodoxa rusa, San Nicolás de Viena. Esta geografía tiene poco o nada que ver con la transición polaca, pero yo veía en ello una forma de conseguir algún testimonio para mi historia. El inconveniente era la barrera del idioma, ya que la mayoría de los allí congregados no hablaban más que polaco. Tendría que buscar otras fuentes, de forma que aproveché el paseo y me acerqué al centro a sentarme en algún café y leer el periódico dominical.
Walesa, diez años de oposición al sistema comunista
El mundo identificó Polonia con Lech Walesa, uno de los fundadores del sindicato Solidaridad. Desde su creación, en 1980, en los astilleros Lenin de la ciudad portuaria de Gdansk, Walesa había sido la china en el zapato del POUP (Partido Obrero Unificado Polaco), con una década de actividad huelguista y enfrentamientos que pusieron en un severo aprieto al sistema de producción socialista. Ello dio pie al llamado ‘golpe de estado’ del general Jaruzelsky, cuando instauró la Ley Marcial y arrestó a Walesa en 1981, a lo que hay que añadir el triste mérito de más de dos centenares de muertos. Pero al final de la década, tras una ininterrumpida racha de huelgas durante 1988 y para evitar su continuidad, el 6 de febrero, el Gobierno decidió comenzar la negociación con la oposición en mesas redondas. Las reuniones tenían lugar en la localidad de Magdalenka, cerca de Varsovia, y el protagonista fue el ya reconocido oficialmente sindicato Solidaridad. En aquel momento, presa del nerviosismo, el POUP entró en pánico, se inquietó y pensó que si convocaba unas elecciones, a la oposición no le daría tiempo a reaccionar y organizarse.
El 4 de junio se celebraron las elecciones para renovar un tercio del Sejm, parlamento polaco, y para un recuperado nuevo Senado, en este proceso de transición democrática. Algunos lo tacharon de ilusión de democratización, sin embargo fue la chispa que encendió la mecha del proceso que vendría tras el verano en forma de efecto dominó en el resto de Europa del este, con la aquiescencia de presidente Gorbachov por supuesto y en el marco de la ‘Casa común europea’.
Aunque el Gobierno del general Jaruzelski todavía tenía en su poder los medios de comunicación y la policía, las elecciones supusieron una severa derrota del POUP. Solidaridad obtuvo 99 de los 100 escaños del nuevo Senado, además de 160 de los 161 escaños en disputa del Sejm. Quizás los observadores pensaron que los otros dos tercios de la cámara en poder del POUP no permitirían la apertura de las nuevas instituciones y por ello pareció menos importante este importante paso. Sin embargo, el Sindicato Solidaridad se había hecho visible en todo el mundo, la sociedad internacional lo había admitido como actor y Tadeusz Mazoviecki y Adam Michnick, los otros dos compañeros de viaje de Walesa, se convirtieron en piezas clave de del momento histórico que anticipó la caída del Muro de Berlín y la apertura del Telón de Acero.
Gorbachov negó su apoyo político o militar a Jaruzelski, que aquel verano fue elegido presidente del país gracias a su todavía mayoría en la cámara baja. Solidaridad se hizo con la presidencia del Gobierno, con Mazowiecki al frente, y el 24 de agosto surgió el primer ejecutivo no comunista desde la posguerra. Las presidenciales del año siguiente, mayo de 1990, fueron ganadas por el propio Walesa.
Lo símbolos son clave en todas las sociedades y por ello la República de Polonia dejó de ser Popular, en invierno del mismo año 89, cambiando oficialmente el nombre del país. Aunque todavía había dudas sobre si era realmente la instauración de una democracia, sin duda fue el inicio de un proceso de transición, en el sentido académico y social de la palabra, hasta la emancipación política. Si todavía discutimos en España dónde termina el viaje de transición hacia la democracia de los últimos cuarenta años, podemos imaginar la incertidumbre de Polonia, y todos los países del este europeo, en la década de los 90.
Bulgaria pretende integrarse en la Unión Soviética
Timothy Garton Ash reconocía la necesidad de haber dejado fuera de su relato sobre Europa oriental a Sofía, Belgrado y Bucarest. A mí me ocurrió lo mismo, pero con Polonia y Bulgaria, aparte Yugoslavia y su trágica historia. En Madrid no eran muy permeables a la información que no se generaba en el foco mismo de la noticia, pero yo no tenía el don de la ubicuidad y me resultaba imposible estar en dos sitios a la vez, aunque a veces lo pareciese por la firma simultánea de varios artículos referidos a zonas diversas. El mismo día 17 de noviembre, en que Praga estaba plagado de manifestantes y comenzaba una jornada de huelga en la universidad, era cuando se producían los primeros grandes cambios en el Gobierno búlgaro. Pero tuvo prioridad Checoslovaquia.
El presidente búlgaro Yivkov, enfrentado frontalmente a los planes de Gorbachov y la perestroika, no resistió los ataques desde dentro del propio partido comunista. El aparato quería evitar que las recientes manifestaciones alemanas que dieron como resultado la Caída del Muro se contagiaran al país eslavo y forzaron la sustitución del anciano líder: «La Asamblea Nacional Búlgara ha elegido, en su reunión de ayer, nuevo presidente del Estado a Petar Mladenov, en sustitución del anterior presidente y jefe del Partido Comunista, Todor Yivkov, de 78 años de edad, quien se había mantenido 30 años en el poder (…) En la reunión extraordinaria del Comité Central del PC, que tuvo lugar el jueves, ya se empezaron a registrar los primeros cambios importantes en la cúpula de los máximos órganos de decisión política del país. Los aires reformistas parece que han comenzado a entrar en Bulgaria, mientras el nuevo presidente Mladenov ya ha comenzado los diálogos con la oposición. En la sesión del jueves dimitieron de sus puestos en el Politburó, así como en el Comité Central, Milko Belew, Grischa Filipow y Dimitar Stojanow, pertenecientes al ala dura del partido» (Santiago Martínez Arias, 17 de noviembre de 1989).
La situación política en Bulgaria siempre fue ambigua, dividiéndose entre la colaboración con la URSS y la independencia. Los nuevos aires de la glasnost de Gorbachov se veían como una agresión contra un aparato socialista que siempre estuvo hermanado más allá de las dinámicas tradicionales. La sustitución de Yivkov había sido el primer paso en la transformación de Bulgaria en un estado en democratización. En primavera fue aireado un intento, de entre los muchos de las ‘leyendas urbanas’ de la guerra fría, de anexionarse a la Unión Soviética. Ese tema sí interesó en Madrid: «Todor Yivkov intentó varias veces la anexión de Bulgaria a la URSS. Los archivos del partido demuestran definitivamente la insistencia del ex presidente». Según demostraban los archivos accesibles ahora, desde 1963 Yivkov pretendía integrarse en la URSS comenzando por la integración económica, algo a lo que se negaría el propio Krutschov, quien negaría esa integración hasta tres veces. «Muchos se preguntan si los planes de adhesión de Zhivkov eran ciertos. Con la apertura de los archivos comunistas queda clara la traición del ex mandatario búlgaro contra los intereses y la soberanía de su propio país» (El Independiente, 15 de marzo de 1990).
La caída del muro de Berlín y los movimientos checo y húngaro hicieron que los dirigentes búlgaros no se sintieran nada seguros. En Bulgaria la oposición, tolerada aparentemente y unida en una coalición de nueve partidos bajo la denominación Unión de Fuerzas Democráticas, consiguió la disolución del Partido Comunista y la convocatoria de elecciones libres, las primeras también en 40 años, al igual que en los países vecinos en junio de 1990. El principal escollo que había de superar la oposición era la carencia de medios de comunicación, ya que seguían en manos del aparato del partido. De esta forma el primer intento de obtener el poder democrático por las urnas se frustró ya que el antiguo partido comunista se reconvirtió en Partido Socialista Búlgaro y obtuvo una mayoría que le permitió retener todavía el poder en el país eslavo.
Escueto resumen de un proceso lleno de baches y dificultades, naturales después de un periodo tan largo de gobierno socialista prosoviético. «El nuevo primer ministro, Andrej Lukanov [del Partido Comunista], insistía ante las cámaras de televisión, la semana pasada, en que su Gobierno, formado por 20 personalidades, está abierto a la participación de otras instancias o poderes sociales. En un supuesto nuevo gabinete ministerial retendrían sus puestos tres de los más importantes reformistas en carteras clave entre los que se cuentan el ministro de Defensa, Dobri Dschurov, así como el encargado de Interior, Atanas Smerdschijev. En las próximas elecciones del mes de mayo la oposición, agrupada en la Federación Democrática, no quiere entrar en este juego de Gobierno de forma independiente, confiando en la victoria electoral» (El Independiente, 11 de febrero de 1990).
Yugoslavia, la gran tragedia europea del siglo XX
Mario era un serbio que atendía la recepción de la Studentenheim de la Escuela Superior de Música de Viena, en Johannesgasse. Como él, muchos de los habitantes de Viena eran extranjeros, y en ocasiones parecía que la mayoría aparentemente minoritaria de austriacos vivían acomplejados frente a la masa foránea y se defendían con una actitud dudosa. Muchos de los extranjeros eran ciudadanos de los países del Este. La familia de Mario había huido de Belgrado en busca de una vida mejor, aunque en aquella época no se contaban como refugiados o desplazados, ya que era una masa silenciosa que iba saliendo de sus países en cuanto tenía oportunidad, poco a poco, y no tenían aquel estatus. Fueron muchos los que durante la Guerra Fría emigraron a esta parte del telón, y a veces no eran muy bien tratados en Austria y se les identificaban rápidamente por su acento o su forma de vestir… un checo, un búlgaro, un polaco o un yugoslavo, la Mexicoplatz de Viena se llenaba todos los fines de semana en un mercado callejero de los países del esteen el que se podían encontrar interesantes y curiosos productos de allende el telón.
Estos inmigrantes, cono Mario, tenían en su mente el regreso a su patria, pero también la imposibilidad de lograrlo ante la manifiesta complejidad yugoslava. La autogestión había sido algo más que un experimento. El socialismo autogestionario yugoslavo era una seña de identidad. Se podía pensar que el telón de acero se hacía pequeño en la parte adriática. Fueron muchos los factores que condicionaron todo lo que ocurrió a lo largo de la última década del siglo XX. Desde la muerte de Tito, en 1980, la crisis se instaló en el país mediterráneo. La presidencia se convirtió en rotatoria, entre las repúblicas que formaban la federación yugoslava, hasta el momento en que el serbio Milosevic decidió en ese mismo año no abandonar el puesto y mantenerse al frente del país. El siglo XX se cerraría en la última década con una de las más terribles guerras con derivadas internacionales. Era, además, un un país que ya había sido protagonista a principios de siglo cuando en Sarajevo saltó la chispa que iniciaría otra gran tragedia social, política y humanitaria, la Guerra Mundial.
Es imposible hacer un resumen mínimamente descriptivo de los condicionantes más relevantes que dieron como resultado la catástrofe de Yugoslavia. Inicialmente parecía que la dinámica en el resto de países comunistas podía servir de guía también aquí. «El posible proceso democratizador y de apertura hacia las libertades en Yugoslavia está siendo seriamente comprometido por el juicio contra el ex cabeza del Partido Comunista en la provincia de Kosovo, Azem Vlasi» (El Independiente, 6 de noviembre de 1989). Este acontecimiento tenía ya algunos de los elementos que luego serían de capital importancia en el desarrollo de los acontecimientos. Pero en aquellos momentos nadie podía imaginar cómo se producirían. La guerra, la limpieza ética, la implicación internacional, la independencia del propio Kosovo, los sucesivos intentos de pacificación en diversas conferencias de paz, los crímenes de guerra y un sinfín de hechos que dejaron una imborrable huella de ignominia en la historia de la Europa de fin de siglo. Si después de más de cuarenta años de sometimientos de una parte importante del territorio continental se abrió una ventana a la esperanza y al progreso en una parte de pueblos europeos en vías de emancipación, en las ex repúblicas federadas yugoslavas el caos y la desesperación se convirtieron en una trágica agenda diaria.