Armenia a la deriva
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La familia de Kristina Abrahamyan huyó del genocidio armenio
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El recuerdo de la barbarie sigue presente en los ciudadanos del país
Kristina Abrahamyan relata cómo mataban a los armenios sin ninguna compasión. Más impactante aún era cómo a las mujeres embarazadas se les cortaba la tripa para ver si el bebé que traían dentro era hembra o varón. Era muy común que se pagase a los turcos para cometer crímenes contra la humanidad, llegando a pagar cien dólares por cada cabeza armenia decapitada.
Con tan solo cinco años y toda una vida por delante, la bisabuela de Kristina tuvo que huir, junto a su familia, de Armenia. Ya en la vejez, y con una ceguera propia de su edad, aún recordaba con exactitud dónde están enterradas sus posesiones 81 años atrás, antes de escapar. El objetivo: volver una vez más para recuperarlas. Por desgracia, esa pequeña niña, que en algún momento se hizo mayor, nunca pudo regresar.
El comienzo del exterminio
Han pasado más de 100 años desde que tuvo lugar el primer crimen contra la humanidad del siglo XX. A pesar de ello, la diáspora Armenia todavía recuerda, desde la remota distancia, el tormentoso sino de sus más directos antepasados. Ahora, con el recientemente terminado conflicto armado del Alto Karabaj contra las tropas azeríes, los armenios han de revivir de nuevo el horror que les lleva azotando durante generaciones.
Todo comenzó el 24 de abril de 1915, cuando el Imperio Otomano puso en marcha uno de los mayores genocidios de la historia actual. Muy pocos armenios sobrevivieron a él, y, gracias a los nietos y bisnietos de los que lo hicieron, hoy en día se pueden recoger diversos testimonios que corroboran el sufrimiento que padecieron.
En el contexto de una sociedad musulmana, el pequeño, céntrico y rico territorio de Armenia —cristiano desde el siglo IV dC—, fue víctima del odio y del nacionalismo turco más exaltado. Tras un sinfín de derrotas a manos de las más grandes potencias del siglo XX, el Imperio Otomano emprendió contra el pueblo cristiano esa masacre humana que tanta repercusión ha tenido en la reciente guerra por Nagorno-Karabaj.
Deportados hacia la muerte
Horas antes de ser deportados a los desiertos de Siria en 1915, cientos de familias armenias hicieron acopio de valor y escondieron sus pertenencias más valiosas en las profundidades de su hogar. En el interior de los jardines, decenas de joyas, recuerdos y vidas quedaron enterradas para la eternidad. Muchos armenios fueron asesinados antes de poder escapar; otros lograron, con ayuda, emigrar; sin embargo, la gran mayoría murió en el tortuoso camino hacia la libertad. En total, más de un millón y medio de armenios perdieron su vida como resultado de una de las limpiezas étnicas más desconocidas en la actualidad.
La familia de Kristina Abrahamyan fue una de las pocas que sobrevivió. Más de un siglo después, desde Madrid, Kristina intenta enviar a Armenia recursos, alimentos y ayuda para reparar los daños de la última guerra. Así como para tratar de abastecer a su ejército frente a un futuro enfrentamiento contra las tropas fronterizas de Azerbaiyán. Sin embargo, la actual pandemia de coronavirus, con sus consecuentes restricciones de movilidad, no se lo ponen nada fácil.
Un conflicto sin resolver
En los próximos años al genocidio, los armenios fueron asentándose en multitud de países. Durante este período, el Imperio Otomano también masacró otras naciones cristianas, incluidos los asirios y los griegos pónticos. Algunos historiadores creen que estas acciones son parte de la misma política de exterminio. Como resultado directo del genocidio, se establecieron siete comunidades armenias en todo el mundo. Por desgracia, el terror de Armenia no terminó en 1915. A lo largo del tiempo, azerbaiyanos y turcos con, a veces, ayuda de mercenarios yihadistas de Siria y de Libia, continuaron la masacre.
En este contexto, Kristina recuerda el horror por el que pasaban los armenios sometidos a la barbarie del ejército turco. Sin ninguna compasión, los militares eran capaces de cortar el vientre de las mujeres embarazadas para conocer el sexo del bebé. Los partidarios de acabar con el pueblo armenio pagaban a los turcos para que cometieran aquellos crímenes. La cabeza decapitada de un armenio costaba cien dólares.
Un genocidio sin reconocer
La familia de Kristina sobrevivió gracias a que su tatarabuelo, alcalde del pueblo, tenía trabajadores turcos a su cargo. Estos, sabiendo ya lo que iba a ocurrir en los próximos días, le avisaron para que huyera.
Durante el genocidio, las familias exiliadas no pudieron llevar consigo todas las riquezas que poseían. Para evitar robos y poder conservar algo de valor, algunas mujeres cosían monedas de oro bajo sus botones. Asimismo, se hizo famoso un cinturón de plata llamado «kamar», donde las armenias guardaban todas las joyas y pertenencias que podían.
«No se reconoce el genocidio, muy poca gente sabe de Armenia y hay cosas que no podemos olvidar», afirma Kristina. Los armenios no quieren recuperar todo lo que han perdido, simplemente hacer justicia. «No hemos compartido nuestras calles y nuestras tierras con los azeríes para que una mañana se despierten y nos maten».
Mientras tuvieron lugar las masacres, en lo único en lo que se pensaba era en salvar la vida de los niños; hasta tal punto que los escondían dentro de las alfombras para que no les viesen y les asesinasen. «Hay millones de familias que han sufrido», declara Kristina.
La lucha por Artsaj
Unos meses antes de la caída de la URSS, a finales de 1991, la República Socialista Soviética de Azerbaiyán, así como la de Armenia, consiguieron la independencia. La región del Alto Karabaj, también conocida como Nagorno Karabaj, fue entregada sin votación ni deliberación a Azerbaiyán. Si bien el territorio ha estado siempre poblado por armenios y se considera a sí mismo independiente de Azerbaiyán, bajo el nombre de la República de Artsaj.
El conflicto por Nagorno Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán dio lugar a varios conflictos armados entre los dos países de la región del Alto Karabaj y las siete zonas circundantes.
Antes de las cuatro de la madrugada del 10 de octubre de 1994, el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergey Lavrov, informó de que Armenia y Azerbaiyán, después de una reunión de diez horas en Moscú, acordaron un alto el fuego humanitario. Sin embargo, ambos países han violado, desde entonces, dicha tregua. En abril de 2016 se produjo una escalada de violencia que llevó a la llamada guerra de los Cuatro Días, ocasionando dos centenares de muertos. Cuatro años y medio después, el 27 de septiembre de 2020, comenzaron de nuevo los disparos en la zona de Nagorno Karabaj.
Un doloroso acuerdo de paz
Tras seis semanas de enfrentamientos, el 2 de noviembre de 2020 Azerbaiyán y Armenia, con la participación de las fuerzas de paz rusas como mediadoras del convenio, establecieron un acuerdo de paz, donde Armenia quedó desfavorecida, ya que el pacto supuso la pérdida del control de territorios que había ocupado durante la guerra de 1992-1994, entre ellos Shusha, la segunda ciudad más grande de Karabaj. «Increíblemente doloroso, para mí y para nuestro pueblo, esta no es una victoria, pero no hay derrota hasta que te consideras derrotado», declaraba con tristeza el primer ministro de Armenia, Nikol Pashinián. Además, Armenia tuvo que conceder la apertura de un pasaje estratégico que permitiera la comunicación entre Azerbaiyán y Najicheván, de manera que, además de ofrecerles numerosos bienes hacia ese lugar, les permitió conectarse por tierra con Turquía, su gran aliado en la región.
El doloroso acuerdo ha supuesto para los armenios otra injusta derrota, otro final inmoral donde, de nuevo, se pone en evidencia lo que supone ejercer el poder ante los más débiles, como tantas otras veces la historia ha puesto de manifiesto con dolorosos conflictos que, por desgracia, todavía siguen vigentes, sin que se atisban señales de solución, más aún cuando las grandes potencias no tienen demasiados intereses y son capaces de mirar hacia otro lado sin ningún pudor.
En medio de este crudo relato, que ha supuesto para los armenios a lo largo de su existencia un auténtico genocidio, siempre quedan anécdotas, que, en medio de tanto sufrimiento, no dejan de ser curiosas; como la huida desesperada del exterminio de la población para salvar sus vidas y sus pertenencias, objetos o bienes más preciados como joyas o monedas y que, en el propio relato de la tatarabuela de Kristina, recordaba al evocar cómo llenaban en una cacerola todo lo que suponía para ellos cierto valor, y lo enterraban para esconderlo de azeríes y turcos… O más sofisticado aún, cómo cosían monedas de oro a los botones, forrándolos de tela buscando, así, una manera de poder algún día recuperarlos.
El conflicto continúa, y la lucha desigual por el reparto de los territorios sigue siendo uno de los motivos por los que la mayoría de las guerras han azotado la historia del mundo. Quizás el pueblo armenio merezca ser reconocido y ser valorado con su sufrimiento, para encontrar nuevas vías de entendimiento para que el conflicto sea desterrado para siempre.
Totalmente cierto por desgracia, conmovedor y desolador como cualquier guerra o exilio. A ver si podemos aprender de estas experiencias.
Gracias
Interesante
Muchas gracias por el artículo. Por la documentación realizada ayuda a entender un poco mejor al pueblo armenio
Que poco se sabe y se habla de todo esto, gracias por dar voz al pueblo Armenio y que sepamos un poco más de ellos y de su sufrimiento.
Ok, very good
El sufrimiento debería acabar, y sobretodo darse a conocer para poder poner fin a ese conflicto
Es un artículo muy interesante. Es bueno que se dé a conocer este conflicto y que el pueblo armenio deje de sufrir. Por desgracia todo esto se sabe con un alto precio, el sufrimiento de multitud de personas.
Interesting!
La historia de la humanidad está llena de guerras y genocidios…. Y no aprendemos, no sé cómo la humanidad sigue adelante.
Muy interesante.
No tenía ni idea. Siempre se habla del holocausto judío y nunca del genocidio armenio. Ojalá los pueblos dejasen de ser tan crueles y fueran capaces de compartir tierras y convivir en paz y armonia. Ha sido un artículo triste pero muy interesante.
“¿Quién, después de todo, recuerda hoy el exterminio de los armenios?”, dijo Adolfo Hitler en agosto de 1939 al explicar sus planes de invasión de Polonia que dieron inicio a la Segunda Guerra Mundial.
Triste, muy triste
and 12 thousand Georgian manuscripts