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Los copistas del Prado

Arte, copistas, Museo del Prado

Copia de Almudena López de Ochoa. FOTO: Almudena López de Ochoa

  • Se puede copiar cuatro días a la semana: de lunes a jueves en horario de apertura

  • Cada copia cuesta 100€, 30€ para estudiantes.

 

Madrid alberga uno de los enclaves artísticos con mayor reconocimiento internacional. El tiempo pasa y ya han transcurrido casi 200 años desde que el Museo Nacional del Prado abriera sus puertas. Son muchas las historias y los secretos que esconden sus paredes, pero si hay algo de lo que pueden alardear es que, pese a que las obras que se exponen permanecen estáticas, siguen estando vivas.

Esto no es casualidad, sino que es fruto del trabajo de un conjunto de profesionales que, aunque intentan pasar desapercibidos, no lo pueden ser menos a ojos de los espectadores y curiosos que deciden acercarse a los pasillos del museo. Los copistas del Prado casi podrían considerarse un elemento estructural más y es que, en parte, son la razón de ser de uno de los museos más importantes para la pintura europea.

 

El Prado como Academia

De lunes a domingo miles de visitantes deciden asomarse a épocas pasadas enmarcadas a través de trazos, colores y pinceladas. Pero esta no era la tónica que se daba cuando el Museo del Prado abrió sus puertas en 1819. Tan solo abría dos días a la semana y lo hacía para un público específico. Únicamente dejaban pasar a artistas que iban a pintar o a mirar cuadros para inspirarse.

El Prado nació para ser una escuela y facilitar a los pintores acercarse a sus anteriores. Antiguamente las pinturas estaban repartidas y encerradas en casas, palacios o monasterios. Los artistas tenían que viajar para estudiar otras corrientes o estilos. De esta forma se construyó el museo, con el objetivo de concentrar una gran cantidad de obras y hacerlas accesibles a todo el mundo.

Desde que el museo existe ha habido copistas. A Bernardo Pajares, responsable de la Oficina de Copias del Museo del Prado, le gusta pensar que «al igual que en sus inicios, sigue siendo un museo que existe por y para los artistas. Antiguamente venían pintores cercanos a la gente que trabajaba en el museo para aprender de los grandes maestros. Ver cómo pintaba Rafael, Velázquez, Tiziano o Murillo. Esto, por ejemplo, no pasa en el Reina Sofía, cuyas obras son del siglo XX con otras técnicas, acrílicos y, en su mayoría, no figurativas. Pero en museos como el Louvre sí que permiten copistas. Aunque, en este caso, tienen una lista de espera muy larga».

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Bernardo Pajares Duro, responsable de la Oficina de Copias del Museo del Prado. FOTO: Almudena González Dópido

En algún momento de la formación de muchos de los artistas que hoy engrosan los libros de historia del arte hubo una época dedicada a copiar a otros. Es el caso de Picasso que «fue director del museo y estuvo copiando, haciendo versiones y dejándose empapar por las obras», cuenta Bernardo. Aunque no fue el único director del museo que empleó parte de su tiempo en imitar a los maestros, «hace poco encontraron cartas de copistas en las que se quejaban de que había ciertas obras a las que no se podía acceder. En la carta, que estaba dirigida a Pradilla -autor del cuadro de Juana la Loca y entonces director del museo- le preguntaban cuándo podrían volver a copiar esas obras. Entre los pintores que la firmaban se encontraba Gisbert, autor del fusilamiento de Torrijos. Ambos tienen obras que están expuestas en el museo y fueron directores y copistas».

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Entrada del museo del Prado. 200 aniversario. FOTO: Alba Fernández López

Actualmente no existe ningún convenio con las universidades. El «boca a boca» y el entusiasmo de los profesores de Bellas Artes es lo que empuja a la mayoría de los copistas que se acercan al Prado. «Hace un par de años tuvimos a una estudiante de la Universidad Complutense. Un profesor la animó a venir, porque tenía carencia a la hora de pintar figuración al óleo y ella se interesó. Aunque sí que tenemos una beca con Inglaterra. Gracias a ella recibimos cada verano a cuatro jóvenes artistas británicos de escuelas de Bellas Artes que vienen a dibujar. No hacen copias estrictamente, sino que vienen con sus cuadernos de dibujo y tienen libertad para pasearse por todas las salas del museo, incluidos los talleres de restauración, y dibujar todo lo que quieran, tomar apuntes, pintar al óleo y empaparse de todas las colecciones del Prado. Estaría muy bien hacer algo así con universidades españolas».

¿Cómo se llega a ser copista? ¿Cuánto tiempo llevan pintando? ¿Cuánto cuestan las copias? ¿Las encarga el museo para sustituirlas por las obras originales? Son algunas de las preguntas a las que se enfrentan los copistas diariamente.

 

¿Qué es ser copista?

Para Almudena López hay una diferencia entre ser copista y artista. El interés por la pintura le viene de familia, ya que su madre también fue copista del Prado. Para ella ser copista es intentar que  quede lo más parecido posible. «Valoras lo que has recorrido, pero siempre te gusta hacerlo bien e intentas hacerlo cada vez mejor. Cada pintor tiene su estilo. Vas por un camino o por otro. Es muy gratificante ver que poco a poco vas completando tu formación».

Aunque en su casa siempre han entrado varios sueldos, actualmente solo se dedica a copiar y el precio de la obra que está trabajando ahora mismo –El florero de cristal de Juan de Arellanos- ronda los 1900 euros. «Hay algunos que venden caro, otros barato. El museo no interviene. Es un tema particular, aunque no les gusta que vendamos muy barato porque les parece competencia desleal. Hay bastantes diferencias entre los cachés de algunos pintores. También existen toda clase de clientes, pero sí se puede vivir de hacer copias. A pesar de ello en mi casa siempre ha habido otra infraestructura apoyando. Pero hay pintores consagrados que viven únicamente de las copias. Si yo no hubiera tenido familia, probablemente me habría podido defender».

Pese a que el arte le gusta mucho, nunca ha tenido la inquietud de ejecutar sus propias obras. «De momento no he dado el paso a lo que yo considero ser artista y por ello me enfrento a lo que otros han pensado. El tiempo que estoy con cada cuadro es fascinante. Ver cómo me voy acercando hasta conseguir el acabado final me llena de satisfacción. También tengo claro que, como en cada profesión, hay una gradación hasta llegar a lo más alto. Siempre lo comparo con una escalera. Los maestros están arriba y nosotros unos peldaños más abajo. Disfruto mucho y la gente también es muy amable. Dicen que me acerco más de lo que considero».

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Almudena López de Ochoa pintando una de sus copias. FOTO: Almudena López de Ochoa

Almudena considera que el motivo de ser de la profesión es que gusta el arte en directo. «A los colegios les digo que los cuadros expuestos no están en venta y es una forma de que la gente los tenga directamente en su casa. Tener un lienzo o un formato hecho directamente con la mano del artista te guste el arte clásico, moderno o el estilo que sea».

A veces copia en el estudio de su casa, ya que hay cuadros que no se pueden pintar delante del original, al estar en otro museo. «En Madrid hay dos museos que dejan copiar. El Prado gestiona si queremos ir al otro museo, el Museo de Bellas Artes de San Fernando. Cada uno tiene sus condiciones, hay que adaptarse».

El impresionismo le parece muy difícil de abordar. «Aunque parezca un pintura ligera para mí es muy complicado, porque soy muy detallista a la hora de corregir. El impresionismo es un reto porque cada pincelada es un principio y un fin de color, textura, fuerza, tamaño del pincel».

Entre las muchas anécdotas que atesora cuenta con que pintando en un barco lleno de piedras unos niños se percataron de que aún no había suficientes.

Por su parte, José Luís Pérez ha sentido atracción por el arte desde pequeño. Es un pintor de vocación que entró en contacto con las copias con un cuadro de Veronés. Siempre elige los cuadros por algún motivo plástico con el objetivo de desentrañar cómo se ha planteado. Para él ser copista es un estudio de la obra. «Muchos pintores, incluso modernos han copiado cuadros. Al empezar a pintar vi enseguida que uno puede estar pintando entre dos extremos. Por un lado, la imagen ideal que es la que hizo el pintor y, por otro, intentar imitar hasta el craquelado del cuadro. Luego hay una interpretación. Nadie copia como si hiciera una fotografía».

No se dedica profesionalmente a realizar copias únicamente. Considera que es algo de otra época. «En los años 50 y 60 había muchísimos pintores que tenían clientes habituales, ahora es más raro. No sé si es porque es más fácil conseguir reproducciones de calidad o hay diferente interés por el arte». En cuanto al precio, cree que hay que tener en cuenta lo que alguien esté dispuesto a pagar y a lo que el pintor estés dispuesto a ceder. «Hay quien prefiere quedárselos y les sube el precio y hay quien quiere desprenderse de ellos y lo baja».

Le interesa lograr la atmósfera general, captar el carácter del cuadro y también pinta obras propias. «Cuando estaba haciendo la copia de Venus y Adonis me fijé mucho en el espacio. Entonces pedí un permiso que me concedieron para hacer una serie de perspectivas de los interiores. Es una especie de paisaje, un trabajo más personal y surgió al estar copiando en el interior del museo».

Cree que en la pintura y, específicamente a la hora de copiar, todo se combina. «Hay que tener un conocimiento de la técnica y de la pintura y puede haber una habilidad particular para copiar o para ver ciertos detalles. Un copista es un pintor también. Hace cierto género de pintura, pero muchas veces no es exclusivo».

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José Luis Pérez Santiago con uno de sus cuadros sobre la serie de interiores del Museo del Prado. FOTO: José Luis Pérez Santiago

No se siente representado por ningún estilo en particular. «El estilo es uno mismo, que es a lo que tienes que ser fiel. Vas cambiando, tienes diferentes intereses, pero hay cosas que te salen y otras que no. Va en función de tu sensibilidad, tu personalidad y tus intereses».

Ana Gulias se vio envuelta en el mundo artístico por amor que le profesa su familia. «En mi casa y en la de mis abuelos estábamos rodeados de pintura, escultura y mobiliario clásico. También influyó el tener un padre y una tía autodidactas de la pintura». Para ella copiar para significa crecer a nivel técnico. «En cada cuadro que pinto me nutro del estilo y de la técnica de cada maestro».

Convertirse en copista surgió por dos motivos. Por un lado, su padre pintaba en sus ratos libres copiando a los impresionistas franceses. «Él aprendió la técnica del óleo con la obra de Pisarro, Degas, Monet o Cézanne». Por otro lado, en una visita con el colegio al museo del Prado se quedó fascinada con la figura del copista. «Después de terminar la carrera de Bellas Artes quise probar suerte e intentarlo».

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Vista del jardín de la Villa de Medici de Roma con la estatua de Ariadna. Copia de Ana Gulias. FOTO: Ana Gulias

Considera que es un privilegio poder copiar cuadros de los grandes maestros de la historia de la pintura como anécdota cuenta que «hace años, dentro de un grupo escolar, me hizo mucha gracia un comentario en voz alta de un niño de unos 5 años a sus compañeros: «Fijaros qué bien pinta y eso que es mujer». Todavía existe hoy en día la creencia de que no hay mujeres pintoras, estuvimos en la sombra como otras muchas mujeres en otras profesiones».

Piensa que se puede vivir haciendo copias, aunque también pinta sus propios cuadros. «Disfruto pintando todo lo que me aporta belleza y alegría, ya sean retratos, paisajes u obra figurativa. Y pese a que soy realista, hay veces que tiendo al hiperrealismo o al impresionismo».

Cree que actualmente el gran error es que esta forma de aprendizaje se haya abandonado y en las universidades. «Solo hay algunas escuelas que todavía lo practican. Antiguamente un alumno debía copiar la obra de su maestro y las pinturas de otros talleres y artistas para evolucionar y adquirir conocimientos. Era el método que se utilizaba para aprender el oficio de la pintura hasta llegar a  independizarse con un estilo propio».

 

Día a día

Desde la Oficina de Copias del Museo, Bernardo se encarga de recibir y atender todas las peticiones relacionadas con copiar en las salas, pintar, dibujar y las transfiere a la coordinadora General de Conservación, Carina Marota. Ella es la que decide si la petición tiene sentido o no, teniendo en cuenta la documentación de cada persona que pide copiar en el museo. «Para ser copista necesitan enviarnos un porfolio que incluya el currículum y una selección de fotografías de obras que hayan hecho antes. Necesitamos ver el estilo de la persona y saber si pueden manejarse al óleo para enfrentarse a hacer una copia de los maestros que se exponen en nuestras colecciones. También pedimos una copia del DNI por motivos de seguridad y una carta de recomendación de un profesor de BBAA o de una facultad de humanidades. En el caso de que sean extranjeros, tienen que añadir una carta de sus representantes diplomáticos o consulares».

Los copistas deben pagar un permiso general y una cantidad por cada copia que realizan. «La primera vez que se tramita una solicitud se concede un permiso anual. Con ese permiso, que cuesta 30 euros al año, 15 en el caso de estudiantes de BBAA, se puede copiar durante todo el año. A esto se añade el precio por copiar cada cuadro. Cada copia cuesta 100 euros, 30 en el caso de los estudiantes».

Pero no está permitido hacer copias de cualquier obra. «Es el caso de la sala 12, donde se encuentran Las Meninas. Hay salas en las que sería complicado colocar caballetes, porque son muy concurridas. Los visitantes lo pasarían mal porque el lienzo taparía una cartela o un trozo del cuadro y el copista estaría a disgusto porque habría ruido en la sala y estarían todo el rato preguntándole cosas. En parte son relaciones públicas del museo».

Alrededor de 3 millones de personas visitan el museo cada año, por lo que hay un gran ejercicio de coordinación para que los copistas puedan hacer su trabajo lo mejor posible. «Se copia cuatro días a la semana, de lunes a jueves en horario de apertura del museo, siempre que no sean festivos. De viernes a domingo es cuando se recibe más público en las salas y de lunes a jueves son los días que el museo está más tranquilo. Tampoco se permite copiar en días festivos y fines de semana».

También reciben consultas sobre copias antiguas que no están identificadas y que aparecen en casas o lugares oficiales. «A veces aparecen copias de bodegones, retratos, familias, obras que tenemos en el Prado y la gente no sabe quién las pudo hacer, ya que tienen solamente una fecha o una firma con unas iniciales. Entonces cotejamos y pedimos medidas. Cuando llegan estas peticiones investigamos y ayudamos en lo que podemos yendo a los sitios de registro. Ahora hacemos fotos de todas las copias que se hacen en el museo, antes de que el copista se la lleve a su estudio o a una galería para venderla, y la guardamos en el registro del museo».

 

Un universo propio

Al ser copista del Prado, José Luis ha conocido a personas de EEUU, Canadá y Asia y dice que nunca se deja de aprender. «A veces uno hace la copia como estudio y puedes ser estudiante cuando ha dejado de serlo, sobre todo en cuestiones artísticas. Puede que haya un aspecto concreto que te interesa para tu trabajo más personal».

Entiende el museo como un micromundo. «Viene gente de los cinco continentes y siempre hay cosas raras, estrafalarias. Ves también la complejidad del mundo del arte y las diferentes concepciones que  tienen las personas por las preguntas que te hacen».

Además, piensa que el público del arte es relativamente pequeño. «Al Museo del Prado viene mucha gente. Pero, al final, es una parte limitada de la población y la gente que compra arte todavía más. Dentro de los compradores cada uno tiene su gusto. Hay quién aprecia las copias y hay quien no».

2 Comments

  1. Me ha encantado el reportaje, super interesante, siempre me había preguntado como habian logrado esas personas estar pintando en el Prado.

    Enhorabuena por vuestro trabajo

  2. Buen trabajo. Enhorabuena

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