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Lo que no sabes de Madrid

Si decides salir a a perderte por los rincones de Madrid, será difícil que en el futuro pases por uno de estos lugares y no te detengas a recordar su historia. Desde la Calle Segovia hasta el Palacio de Linares, de paso por Tirso de Molina o Gran Vía, las leyendas populares de la capital española son muchas, pero son pocos quienes las conocen y conviven indiferentes ante ellas.

El fantasma de Raimundita

En plena Gran Vía, a tan solo unos metros antes de su conexión con la Calle Alcalá, encontramos una estrecha callejuela con el nombre de Marqués de Valdeiglesias. En el número cuatro puede leerse «Parroquia San José». Un patio tras unas verjas antes de dar paso al pequeño santuario católico. Es aquí donde vivió uno de los protagonistas de esta inquietante historieta madrileña antes de dar el salto a su casa de marqués. Su nombre: José de Murga y Reolid.

Hijo del comerciante Mateo de Murga y Michelena, y Margarita Reolid Gómez, José nació el 13 de febrero de 1833 en el seno de una familia vasca adinerada, lo que le permitió disfrutar de una completa educación humanística, burguesa y liberal. Su padre había comprado unos terrenos (más de 3.000 metros cuadrados) justo enfrente de la Plaza de Cibeles, y fue allí donde José mandó construir un palacete que acompañó los títulos que recibieron al año siguiente. Fue en 1873. Primer marqués de Linares y vizconde de Llanteno, por cortesía del rey Amadeo I, quien premiaba así el apoyo de los Murga a la Familia Real. Allí vivió unos años desde que estuvo habitable, en 1884, hasta su muerte (1902). Y allí le acompaño su esposa, Raimunda de Osorio y Ortega. Juntos hicieron de este lujoso lugar un centro de atención y envidia para la opinión pública de finales del siglo XIX. Un matrimonio sin hijos reconocidos. Un matrimonio al que se le atribuyen los horribles hechos que hicieron del Palacio de Linares un lugar siniestro y fantasmal.

De palacete a centro intercultural
Palacio Linares Leyenda Madrid

Palacio de Linares o Casa de América | Elena Mora Navas

El hecho de haber sido obsequiados con semejantes títulos ya estuvo muy mal visto por parte de las demás familias adineradas de aquellos años. Y a esto hay que añadir el empeño que puso José de Murga en hacer de su pomposa vivienda el lugar ideal para las fiestas más selectas. Más comentadas incluso que las del propio Palacio Real. Telares en las paredes, cuadros y pinturas en los techos, mármoles y muebles traídos de Inglaterra, Italia, Francia (de cuyo estilo los marqueses estaban enamorados), le permitieron ganarse a este palacio el sobrenombre de la bombonera de Cibeles. Tras el fallecimiento de los marqueses (en 1901 ella y al año siguiente él) dejaron la casa en manos de la heredera, la ahijada Raimunda Avecilla, hija del abogado de Murga, Federico Avecilla. Ella será la clave de las supuestas contradicciones que han salido a relucir sobre el Palacio de Linares. Hasta donde se sabe, Raimunda se casó con Felipe Padierna, Conde de Villapadierna, quien decidió que «no vivirían en este palacio sino en otro de la calle Goya» según afirma la historiadora Alba Carbelleira (actual guía de la Casa de América).

Todavía hoy se habla de lo mismo, más de cien años después. Según cuentan, en el Palacio de Linares se habrían podido oír los susurros de una niña que llama a sus padres. Los fantasmas de ella y sus progenitores seguirían allí en la actual Casa de América. La teoría más famosa indica que el marqués de Murga se habría enamorado de Raimunda Osorio, y que al enterarse el padre de aquel, lo mandó a estudiar a Londres con tal de que el joven se olvidara de la muchacha. Aparentemente la razón de su oposición al matrimonio era que la chica en cuestión era hija de una cigarrera del barrio de Lavapiés. Muerto el padre, José de Murga volvería a unirse en sagrado matrimonio con Raimunda. Y tuvieron una hija. El problema llegaría cuando, tiempo después de la muerte de su padre, el marqués de Linares encontró unos documentos (una carta, al parecer) en los que se difunto progenitor le explicaba la razón de aquella negativa al casamiento. Raimunda había sido engendrada por su padre en una relación secreta que este tuvo con esta supuesta cigarrera, por lo que ambos enamorados no eran otra cosa que hermanos por parte de padre. Con el mismo horror que habría escandalizado en su día a Mateo, José de Murga trató de obtener un bulo de parte del Papa Pío IX; uno denominado “Casti convivere” para poder seguir viviendo juntos pero en castidad. Sin embargo, la castidad ya era imposible de respetar, pues habían tenido una hija, a la que además habían llamado también Raimunda.

Con el temor de que el fruto de su incesto saliera a la luz, los marqueses de Linares habrían matado y emparedado a la pequeña en el propio palacio. Y de ahí que se oyeran en los años noventa, cuando estaba recién reformado y mientras se decidía su futuro, los gemidos y gritos desgarradores de Raimundita por los pasillos del Palacio de Linares. Los fantasmas de los marqueses y su hija seguirían allí, en ese palacio que estuvo cerrado durante tanto tiempo.

¿Leyendas o verdades?

Naturalmente ante semejantes hechos, hay quienes los creen y quienes no. La escritora y licenciada en Historia y Geografía, Carmen Maceiras, publicaba en 2010 el libro El secreto de Raimunda, la Marquesa de Linares. En este libro, aunque no viene a ratificar directamente el trágico acontecimiento, tampoco descarta la posiblidad de que José de Murga y Raimunda Osorio fueran hermanos. Parte de la premisa de que «si no se puede demostrar que eran hermanos, es que lo eran». En la obra, la escritora hace un repaso de las vidas de los marqueses desde la perspectiva de la mujer de aquellos años y repasando las difrencias sociales del Madrid del Palacio de Linares con el de hoy.

Para la ya mencionada guía de la actual Casa de América, Alba Carballeira, la cosa está mucho más clara. «La historia de que José Murga descubrió que su esposa era, en realidad, su hermana es absolutamente mentira. Raimunda Ortega era hija de una familia adinerada aunque mucho menos que los Murga», dice Carballeira. «En mi opinión la historia fue fruto de la literatura fantástica de los mentideros de Madrid causada por una venganza política. Las peleas entre la nobleza de nuevo cuño que eran los que tenían el dinero y las del viejo cuño llenó de intrigas los salones de la época», asegura. Mientras la posibilidad del asesinato de Raimundita siga en el aire, lo único que sabemos es que, si eran hermanos, los marqueses de Linares se lo llevaron a la tumba.

Mientras quedarán en el recuerdo las supuestas cacofonías y sonidos extraños, que llegaron a los medios (incluso a TVE) de parte de aquel grupo parapsicológico llamado HEPTA. Desde entonces, mucha gente otorga a aquellos sonidos un espectacular trasfondo de misterio y actividades paranormales en este céntrico palacete de Madrid. Pásate y…quizás oigas a Raimundita.

La Casa de las Siete Chimeneas

Junto con el Palacio de Linares -o Casa de América-, la Casa de las Siete Chimeneas es de esos lugares que encierran las leyendas más oscuras de la historia madrileña. En este caso, posiblemente, nos encontremos ante el punto de la ciudad que convive con más historias de misterio. Actualmente se trata de la sede del Ministerio de Cultura y está situado cerca de Gran Vía, en la Calle Infantas, desembocando en la Plaza del Rey.

Amor y desaparición
Casa Siete Chimeneas Leyenda Madrid

Casa de las Siete Chimeneas | Elena Mora Navas

Esta residencia fue construida en el siglo XVI, época de origen de muchas de estas historias. La orden vino dada por un montero de Felipe II quien se la cedió a su hija Elena, recién casada con el Capitán Zapata de la Armada Española. Sin embargo, la residencia del matrimonio en esta finca fue placentera pero breve: a las pocas semanas él se fue a combatir a la guerra y ella se quedó sola en casa, esperando la predecible noticia de la muerte de su marido.

En estas circunstancias, la joven cayó en una gran depresión que la llevó a una situación extrema psíquica y físicamente. La tragedia concluyó con la aparición de su cuerpo sobre la cama y una misteriosa e irónica sonrisa en su rostro. Sus sirvientes siempre afirmaron que, lejos de su tristeza, Elena mostraba signos de violencia. Fue entonces cuando se hizo público que la recién fallecida mantenía un idilio con el propio Felipe II, quien se encargó de promover una investigación para resolver el suceso.

Pero, cuando las personas destinadas a esclarecer lo ocurrido llegaron a la casa, el cuerpo de Elena había desaparecido sin que nadie entendiese el por qué. A partir de entonces, se desarrollaron en la casa una serie de apariciones bajo la mirada de muchos testigos que aseguraron ver a una mujer vestida de blanco andando por el tejado, dándose golpes en el pecho y señalando hasta el Alcázar, donde residía el rey.

La Casa de las Siete Chimeneas y de las muchas historias

Tiempo después, estas visiones dejaron de producirse y, consecuentemente, esta leyenda cayó en el olvido. Sin embargo, la historia volvió a protagonizar la Casa de las Siete Chimeneas cuando, tras unas reformas, detrás de un muro del sótano, apareció el cuerpo de una mujer con un puñado de monedas de la época de Felipe II.

Sin embargo, ésta no es la única historia que ha rodeado esta vivienda. En ella se produjo el Motín de Esquilache y, en él, un mayordomo fue golpeado hasta la muerte. Décadas después, se encontró un nuevo cuerpo, pero esta vez masculino. Grosso modo, se trata de una de los edificios con más leyendas de la ciudad, y las más oscuras, además.

Historias, también a pie de calle

Sin embargo, las leyendas madrileñas no sólo se encuentran encerradas en grandes palacios o lujosas casas de la nobleza del momento. La historia se construyó a pie de calle y, en este sentido, hay vías cuyos nombres ambiguos encierran otras tantas anécdotas, más o menos ficticias, a gusto del consumidor.

Este el caso de la Cuesta de los Ciegos, Calle del Desengaño y de la Calle de la Cabeza. Si alguna vez has pasado por alguna de ellas y te has fijado en los azulejos que las bautizan -excepto en la primera-, probablemente te hayas preguntado el por qué de un título e imagen tan macabras. Esta iniciativa, que unía la ilustración con el texto, se hacía en la capital con el fin de que la gente analfabeta pudiera identificar la travesía en la que se encontraba.

¡Qué desengaño!
Calle Desengaño Leyenda Madrid

Calle del Desengaño | Elena Mora Navas

La primera de ellas, situada paralelamente a Gran Vía como una prolongación de la Calle Luna y con desembocadura en la Calle de Valverde, nos hace remontarnos hasta el siglo XVI. Bajo el nombre de esta callejuela se esconde una de esas leyendas en las que no se sabe hasta qué punto la realidad y la ficción confluyen. No obstante, la historia ha llegado hasta nuestros días, dejando marcada la esencia y personalidad de este paso.

Una vez situados en esta época, nos encontramos en un Madrid desarrollándose que comenzaba a ser ya el centro neurálgico de gente de todas partes. En este contexto, Caballero de Gracia y Vespasiano de Gonzaga (ambos reflejados en la ilustración que acompaña al azulejo de la calle) se batieron en duelo por el amor de una doncella. Durante el desafío, los dos espadachines se vieron distraídos por una dama que corría perseguida por un zorro. Los dos, perturbados por la presencia de aquella mujer que cubría su rostro bajo un velo, abandonaron el encuentro con el fin de ayudarla. Cuando por fin la alcanzaron, se dieron cuenta que su rostro no pertenecía al de una mujer viva, sino que estaba momificado.

Como respuesta, los dos caballeros reaccionaron con un «¡Qué desengaño!», lo que, inconscientemente, dio pie al nombre de este pasaje.

El milagro de la Cuesta de los Ciegos

Todos conocemos la Calle Segovia, atravesada por el puente de la Calle Bailén y su imponente diferencia de alturas. Todos conocemos el pequeño ricón de Las Vistillas, verde y relajante sobre todo cuando llega el buen tiempo, y que se encuentra con la Calle de la Morería a su derecha. Este incomparable paraje lo atraviesa de arriba a abajo el desnivel más curioso de la capital: la Cuesta de los Ciegos. En ella encontramos leyendas y verdades a partes iguales.

Abrupto y santo camino

La cuesta, que une concretamente la Calle Yeseros con la de Segovia (y atraviesa la de Beatriz Galindo), permite salvar uno de los mayores cambios de altura de la ciudad con sus 254 escalones. Según la teoría del historiador medieval Oliver Asín este abrupto terreno habría existido desde hace miles de años, concretamente desde la Edad del Bronce con el primer poblado madrileño que se conoce (siglos XIII-XV antes de Cristo). Sin embargo, no recibió la primera reforma hasta mucho después, el año 1570, tras el paso de árabes y cristianos, y con una civilización ya apostada en torno al arroyo que corría por aquel entonces, el Arroyo de las Fuentes de San Pedro. Así poco a poco la muralla que allí construyeron los árabes desapareció progresivamente y el abrupto terreno se fue suavizando. No obstante, el barranco de la zona seguía siendo terrible en la Cuesta de los Ciegos, así aparece en el siglo XVII, dibujado por Texeira (1656). Nuevas obras en la zona, a cargo de Ventura Rodríguez en el siglo XVIII, los desmontes para allanar el terreno en el XIX, la construcción de la escalera de la Cuesta de los Ciegos y más reformas durante la 2ª República en el XX… acabaron de transformar la Calle Segovia y su entorno en el bonito lugar que es hoy día.

Pero, ¿a qué debe el nombre de Cuesta de los Ciegos este paso escalinatado y empedrado? Varias teorías hay al respecto, pero la que más ha arraigado, ya que le ha otorgado ese peculiar nombre, es la que sigue. Según dicen, San Francisco de Asís, tras realizar el Camino de Santiago, se instaló en la capital madrileña allá por el año 1214. Estableció su hogar en el mismo lugar donde hoy se levanta una de las iglesias más imponentes de la ciudad, al lado de las Vistillas: la Basílica de San Francisco el Grande. Pues bien, cuentan que durante su estancia acostumbraba a transitar este abrupto paso en su paseo hacia el Convento de San Martín. Y cierto día el Santo regresaba del convento con una tinaja de aceite con la que le habían obsequiado allí. Al pasar por la cuesta econtró a dos ciegos que ejercían honradamente su único oficio: la mendicidad. Al verles, San Francisco les untó en los ojos el aceite que traía consigo. Y se produjo el milagro: ambos recobraron el preciado sentido del que carecían. Tambíen se le han puesto otros nombres como el de Arrastraculos, ya que en los años cuarenta la cuesta presentaba un firme de todo menos cuidado, con ladrillos rotos y un final a modo de rampa arenosa por donde los críos solían dejarse deslizar. Hasta los años sesenta no recibió el aspecto que mantiene hasta hoy.

La cena delatora

Por otro lado, la Calle de la Cabeza, situada cerca de Tirso de Molina y perpendicular a la Calle Lavapiés, tiene su origen fundado desde hace cinco siglos. Al igual que en el caso anterior, nos remontamos al siglo XVI. Sorprendentemente, esta es una de las leyendas más desconocidas de la capital.

En este paseo vivía un rico sacerdote junto con un criado portugués, el cual envidiaba enormemente al clérigo y convivía con numerosas deudas. El resultado es obvio: el sirviente acabó con la vida del religioso y huir con su dinero. Sin embargo, la forma de hacerlo le daba mayor relevancia al asunto: lo decapitó. Y, por entonces, ni la cabeza ni el lacayo luso aparecieron.

Años después, el criado, ya convertido en caballero, regresó al barrio donde había convivido con el párroco. Allí decidió comprar una cabeza de carnero para cenar y la colocó bajo su capa mientras volvía a casa. Durante el camino, iba dejando un reguero de sangre a su paso y un alguacil decidió preguntarle, alertado por las manchas que iba dejando tras sí. El portugués le dijo que, simplemente, se trataba de su cena.

Sin embargo, una vez llegó a casa y se dispuso a preparar la comida, la cabeza que apareció fue la del sacerdote que había asesinado tiempo antes. Así, el criado fue ejecutado y ahorcado en la Plaza Mayor. De esta forma, la travesía donde tuvo lugar esta macabra anécdota pasó a ser conocida como la Calle de la Cabeza.

2 Comments

  1. Un reportaje muy interesante! Desconocía por completo las leyendas de Madrid y nunca está de más conocerlas =)

  2. Un aplauso enorme para este reportaje 🙂 Está super bien, tanto en la redacción como en la originalidad. ¡Braaaavo!

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