Cadáveres hacinados, un horno sospechoso y cursos clandestinos en la UCM
El 19 de mayo de 2014 se publicó en el periódico El Mundo la situación en la que se encontraban 534 cadáveres que habían sido donados para el estudio de la anatomía a la facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. Estos cuerpos se hacinaban en condiciones peligrosas para la salud y conservados bajo nocivos niveles de formol, lo que ha provocado que varios trabajadores hayan sufrido patologías asociadas. A costa de estos cuerpos, donados altruistamente, la dirección del departamento se beneficiaba económicamente supuestamente a través de cursos clandestinos que ofrecía a empresas privadas. Tras la noticia, el rectorado de la UCM abrió un expediente, aunque después decidió retractarse, al director del departamento, José Ramón Mérida. Asimismo a día de hoy este caso sigue en vías judiciales a espera de sentencia por parte del juzgado nº37 de Madrid, por un supuesto de malversación de fondos y de irregularidades cometidas en el departamento de Anatomía Humana en relación con la utilización de los cadáveres y responsabilidad ante los trabajadores afectados.
Los extraños sucesos acontecidos en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid siguen siendo, a día de hoy, un tema tabú tanto para los profesores como para el alumnado. El día 19 de mayo de 2014 se hizo pública la primera noticia que hablaba acerca de los 534 cadáveres amontonados en muy malas condiciones y en proceso de putrefacción, en los sótanos del departamento de Anatomía y Embriología Humana II de la facultad. «El sótano de los horrores de la Universidad Complutense», según denominaron los redactores procedentes del periódico El Mundo en su artículo. Los cuerpos se descomponían a temperatura ambiente constituyendo un alto riesgo para los trabajadores, expuestos a condiciones de trabajo insostenibles y con incidencia directa en su salud, debido a la manipulación de cadáveres en mal estado y a los niveles de formol, 20 veces por encima de lo recomendado por la OMS.
Después de que uno de las trabajadores denunciase esta situación al periódico El Mundo y la noticia se publicase, al director y máximo responsable del departamento de anatomía II, Ramón Mérida, se le abrió un expediente disciplinario. Sin embargo, posteriormente, el equipo rectoral de José Carrillo consideró que no hubo falta grave, por lo que se procedió a la retirada del asunto. Actualmente, José Ramón Mérida sigue ejerciendo la docencia en la facultad de medicina.
Además, junto con las denuncias de los empleados y las múltiples patologías sufridas por éstos, se abrió una investigación judicial que sigue en curso, en el juzgado de instrucción nº 37 de Madrid.
En el departamento de Anatomía II se acumulaban cuerpos superando la capacidad de la que disponían. El objetivo principal era utilizar los cadáveres para la realización de supuestos cursos no declarados, que se impartían dentro de la facultad. Todo ello se realizaba con el fin de obtener un beneficio económico de las personas al mando a costa de los cadáveres, sin tener en cuenta la salud de sus empleados y la ética y moral del ejercicio de la medicina.
Guerra departamental
Todo comenzó en la década de los 90, cuando el departamento de Ciencias Morfológicas se divide en dos por cuestiones políticas y personales entre catedráticos, pasando a llamarse Anatomía y Embriología Humanas I y II.
Según declaraciones del delegado de alumnos de Anatomía I, Asier Bombín, «Anatomía I impartía clases con dos equipos docentes A y B, cuyos directores eran Murillo y Sañudo. Anatomía II era dirigido por José Ramón Mérida y el profesor docente, el doctor Rodríguez Vázquez; también con dos equipos».
Teresa Vázquez Osorio, directora del Centro de Donación de Cuerpos (CDC), y el doctor Fermín Viejo Tirado, actual profesor del grupo I de Anatomía, hablaba del estado en el que se encontraba el departamento I, «estaba en perfectas condiciones, trabajábamos con todo lo necesario, además de que los cadáveres aquí no se quemaban, no se hacinaban, ni se tenía un descontrol de identificación de ellos, al contrario de lo que se hacía en el departamento II que era totalmente ilegal».
Tras lo ocurrido, la junta de la Facultad de Medicina decide fusionar de nuevo el departamento, creando un macro departamento con dos equipos docentes. Según Asier, el primero era dirigido por Sañudo, y el segundo equipo está dirigido, actualmente, por los doctores Murillo y Mérida. El departamento de anatomía II dejó de ser útil y hoy en día se encuentra en reformas y se crea el Centro de Donación de Cadáveres de la facultad, dirigido por Teresa Vázquez Osorio.
Conocemos a Javier Jiménez, técnico que trabajó durante varios años en el departamento de Anatomía II. Nos habla de los directores del departamento para los que estuvo trabajando: primeramente con Jiménez Collado, seguido de Rodríguez Vázquez y terminando con Mérida, quien llevó la situación al descontrol, por lo que Javier decidió opositar para otro departamento.
Según Javier con Jiménez Collado «nunca trabajábamos en malas condiciones y se impartían cursos de formación no declarados a la universidad, pero el trato era exquisito». Por tanto, Jiménez Collado sería presuntamente el precursor de estos cursos clandestinos, que después Rodríguez Vázquez suprimiría y Mérida recuperaría y llevaría al extremo.
Contexto y un horno sospechoso
El Departamento de Anatomía II disponía de un horno crematorio eléctrico, -desde el año 1991-, con el fin de incinerar los cuerpos donados tras ser utilizados, y con previa autorización de la propia persona en vida y de sus seres queridos. No obstante, cuando los cuerpos tratados se quemaban, el formol se cristalizaba y creaba conexiones, las cuales, tocaban las dos potencias eléctricas y en más de una ocasión llegaron a fundirse estropeando el horno en cuestión. A diferencia del otro departamento de Anatomía I, dirigido por los doctores Murillo y Sañudo, que tenía contratado a una empresa privada que trasladaba dichos cuerpos a una funeraria y ahí se procedía a su respectiva incineración.
Según palabras de Francisco. J. Valderrama, profesor doctor y miembro de la Comisión de Prevención de Riesgos, Seguridad e Higiene de la facultad-, «en el cambio de dirección del departamento de Anatomía II, los usos laborales que había primero con J. Collado, luego con R. Vázquez se hacían con un respeto por la ética, mientras que lo que se hacía allí con Mérida para nada era ético. Aquello era inefable, no se puede describir.»
En 1983, el Gobierno de Felipe González, firmó un acuerdo con Argelia con el fin de suministrar a España gas. Un año después de dicho acuerdo con Argelia, la Facultad de Medicina tuvo la oportunidad de acabar con el funcionamiento de su horno eléctrico que tantos problemas generaba y decidieron instalar otro horno crematorio, en este caso de gas creado en Zaragoza y más preparado que el anterior, con la ayuda de una subvención que sacó el Estado para poder manipular dicho gas. Fue tal la sorpresa para la universidad que hasta técnicos de Zaragoza vinieron a la capital para enseñar a los técnicos responsables de la Facultad de Medicina a utilizar dicho horno dado que su funcionamiento era bastante complejo. Este proceso de cremación se llevó a cabo hasta mediados de 2014.
En palabras de Javier Jiménez, encargado de quemar los cuerpos hasta su marcha del departamento, «Ese horno quemaba a 800 º de temperatura, y una chispa junto con un escape de gas hacía que se quemase el cuerpo. Cuando empezaba el cuerpo a quemarse, el gas se cortaba. La válvula del aire se ponía a 45 º por lo que entraba el aire y el mismo al soplar, las mismas brasas terminaban de quemar el cuerpo. Ese era el funcionamiento. Nunca se pasaba de 800º. Cuando se quemaba el cuerpo, tenías que esperar 24 horas para que se enfriase el cuerpo y recoger los restos. Más tarde, se sacaba del horno y los huesos que no se habían quemado (fémur, dientes, cráneos, etc) se molían en un molino de hueso y le dabas la ceniza a los familiares».
El técnico nos afirma que aunque la ley señala que un cadáver debe de llevarse a una funeraria y ahí quemarse en condiciones en un horno crematorio, en su unidad se quemaban cuerpos con ese horno de gas en todo momento. Como nos ha explicado F. J. Valderrama, «con este horno, Mérida iba a dar salida a los cuerpos. Pero nunca hubo un permiso, aunque siempre dijeron que llegaría».
Por otro lado, las condiciones laborales a las que se enfrentaban el personal técnico era inconcebible. Javier nos cuenta que «la contrata de higiene no venía a limpiar dado que había mucho olor a formol y cadavérico, por tanto estaban excluidos de limpiar esa zona; la teníamos que limpiar nosotros. Nunca ha sido la mejor manera y sobre todo cuando te empezaban a faltar productos de limpieza. Las condiciones no eran buenas; no había suficiente material para desempeñar bien el trabajo».
Los recursos para trabajar eran muy escasos y las malas condiciones provocaron que los técnicos de la facultad contrajesen diferentes patologías tales como picores de garganta, problemas respiratorios, ronqueras, afecciones en la piel, manchas e incluso cáncer, debido a la exposición directa del formol, el cual, está totalmente confirmado que es cancerígeno y del resto de productos químicos con los que trabajaban. «Yo sí puedo contar que los 14/15 años que estuve trabajando ahí, no vino el responsable de seguridad e higiene del trabajo de la universidad ninguna tarde a vernos para al menos preguntarnos qué necesitábamos. Nadie ha venido a ver las condiciones de trabajo. Luego cuando supimos de la peligrosidad que mantenía el formol, la universidad nunca ha reconocido a nosotros ningún plus por peligrosidad o toxicidad y a los jefes no les importaban tus problemas; les importaba hacer dinero».
Todo lo clandestino explota, e incluso el horno algunas veces
Un cuerpo donado a la ciencia en manos de un estudiante de medicina es material a lo que a los de ciencias de la información son las cámaras; una gran parte de las ciencias médicas que se inclina por una medicina clínica propone la disección como mejor medio para que los futuros doctores aprendan. Para eso utilizan los cuerpos en las facultades.
En mayo de 2014, -según palabras de Francisco J. Valderrama, Pilar Mansilla, una trabajadora de la facultad puso la voz de alarma. Llamó al diario El Mundo, medio que se infiltró en el departamento de Anatomía y Embriología Humana II y grabó el escenario que allí se encontraba. 534 cadáveres acumulados en pésimas condiciones, hacinados entre peligrosas y altas dosis de formol, cadáveres y piezas desmembradas, ya utilizadas para el estudio de los alumnos, piezas y cadáveres que deberían haber terminado enterrados o incinerados pero en vez de ello seguían acumulándose en el sótano. Valderrama también añade, «en mi caso, si hubiera tenido constancia de ello, hubiera ido a la policía. Sin duda, el estado de abandono de las trabajadoras en cuanto a la gestión y de los cadáveres era lamentable, bajo mi punto de vista, delictivo».
¿Cómo sucede tal descontrol? Es irónico que personas tan ilustres y formadas no hayan conseguido llevar un mínimo control. Siempre son los flecos los que hacen explotar una bomba, como a Al Capone fue Hacienda, al director de Anatomía II fue la higiene, o su ausencia. El doctor Mérida lo llevó todo al extremo. Tuvo que haber sabido dónde estaba el tope, y si 500 cadáveres se acumulan dar por seguro que se avecinan problemas; como catedrático de medicina era plenamente consciente de los niveles altamente tóxicos a los que estaban expuestos sus trabajadores; no le importaba porque para él los cuerpos tenían mucho rendimiento.
Los cursos privados que se hacían a través de empresas externas son legales, en tanto la facultad es conocedora y lleva un control. El problema es cuando no hay registros, no estaban contabilizados, pagaban a los trabajadores, que son funcionarios, en negro, un cobro sin fiscalización. Partiendo de esta base este departamento ha podido verse envuelto en una amplio abanico de corruptelas; bajo un negligente procedimiento no reglado con un material muy sensible, cadáveres que personas que han donado a la ciencia de un modo altruista. «Para un curso de odontólogos por ejemplo, una cabeza podía llegar a costar 7.000 euros»nos dice un técnico del departamento. «Había cursos, según testimonios, en donde los implantólogos pagaban una cantidad de dinero en un curso que consistía en: un material didáctico (libro, guión), clases teóricas/prácticas y un viaje a Cuba para hacer estas prácticas en vivo. Hay gente que dice que todo esto costaba 7.000 euros. Si haces cuentas, si había entorno a 10 cuerpos podían sacar 70.000 euros fácilmente un fin de semana. No es fiable la cantidad pero sí que es verdad que se movía mucho dinero».
A esto también comenta Asier, delegado de alumnos de Anatomía I en el momento de los hechos, «lo curioso que era que los cuerpos de los alumnos de Anatomía II no tuviesen cabeza». Según los periodistas de El Mundo, «la media por cadáver era de 800 euros; todo era un depende, nada seguía un control reglado».
Los periodistas de El Mundo, -Pablo Herráiz y Quico Alsedo-, mantienen que tenían cierto conocimiento la universidad y el decanato de medicina, «lo sabían, pero luego el departamento de riesgos laborales de la UCM también lo había denunciado, pero no les dejaban entrar ahí, el rector lo sabía, una cosa es saberlo y otra verlo; inspección de trabajo decía que había dado parte. Tras la denuncia, Inspección de Trabajo clausuró las instalaciones».
«El día siguiente les pillamos destruyendo pruebas y les seguimos. Mérida había saltado el cordón judicial para llevarse cadáveres en cajas y deshacerse de ellos en una nave de Arganda del Rey, entonces llamamos a la Guardia Civil para saber si eso podía hacerse, y el Seprona ya los cogió».
Pero nos falta un factor, y es que sí, Mérida utilizaba los cadáveres en su beneficio para cursos clandestinos, pero si esto es algo que llevaba haciéndose tanto tiempo, por qué estalla ahora. Lo que realmente ha sucedido y donde se encuentra el problema es que, cuando falta personal en el departamento, en concreto el encargado de quemar los cuerpos, los cadáveres dejaron de quemarse porque no funcionaba el horno y había que gastarse dinero para externalizar esos servicios. Para ahorrar ese gasto de dinero, los cuerpos se encontraban ahí amontonados. Ahí está el origen del problema.
«El horno deja de funcionar en un momento reciente en el tiempo al escándalo. Hay un operario que posteriormente también denuncia, que era el encargado, Samuel Arenas, y en sustitución contratan a una mujer en febrero. Por lo que Mérida miente al respecto de los sindicatos en cuanto a que el problema es por un recorte de personal. No puede ser que en tan poco tiempo se hacinen tantos cadáveres» según manifiesta F. Valderrama. «Antes de llegar a ese número hay un hacinamiento de cadáveres adecuado, según las trabajadoras, al principio hacían un seguimiento y tenían un registro, más o menos se hacían las cosas con un rigor. A partir de un momento determinado se pierden ese rigor y el responsable del departamento pone en marcha un horno que no tenía los permisos de instalación».
Dentro de tanta hipótesis y misterio nos surge pensar en, ¿qué control hay dentro de las facultades de la Universidad Complutense de Madrid? ¿Era el rector, Carrillo en su momento, consciente? Pudo no haberlo sabido, pero tras presenciar la escena se pasó por Gran Vía 32, estudios de la cadena SER, y allí dejó claro que los periodistas de El Mundo solo exageraban por su conveniencia y que el desastre no era de tal magnitud; al final los periodistas se quedaron cortos, ya que a esos 250 que apuntaron en un principio se sumaron otros 284. El doctor Mérida no solo sigue impartiendo clase sino que lleva las riendas junto al doctor Murillo del aula B de Anatomía y Embriología Humanas de la misma facultad. No pueden condenarlo al tiempo por dos vías, un expediente disciplinario y una investigación judicial, pero qué consecuencias finales tendrá Mérida, a la pregunta a mayores de, ¿solo Mérida era el responsable?. ¿Quién se repartirá la responsabilidad y se comerá todo este cadavérico pastel?. Solo el juzgado de instrucción nº 37 de Madrid nos lo dirá.
La facultad en la actualidad
Tras todo lo ocurrido en la facultad de Medicina; el día 29 de abril de 2015, el Consejo de Gobierno de la Universidad Complutense de Madrid aprobó la creación de un Centro de Donación de Cuerpos (CDC). Este departamento ha estado funcionando de acuerdo con el protocolo, «permitiendo así garantizar una gestión ética con el objetivo de salvaguardar la dignidad humana y los fines de la donación al servicio del conocimiento científico y de la vida» según informes oficiales procedentes de la propia UCM. De esta forma la universidad ha podido seguir impartiendo clases de anatomía a sus alumnos, conocimiento del que no pueden prescindir los estudiantes y profesionales de la salud.
El CDC está compuesto por un consejo, una dirección y una subdirección y ocupa el espacio en el que se encontraban los antiguos departamentos de Anatomía y Embriología I y II. Al contrario que el anterior sistema de gestión, el CDC no depende de la propia universidad. El propio centro es el encargado de hacer cumplir los requisitos de trato de cuerpos y él mismo tiene su propio presupuesto y autofinanciación con el objetivo de evitar nuevos altercados.
«Toda la política preventiva de este centro, todas las medidas de seguridad, ahora son mí responsabilidad» recalcaba María Teresa Vázquez, actual directora del CDC, asegurando el buen cumplimiento de las normas y el protocolo. «Lo que nosotros aquí siempre hemos pretendido es cumplir con el principio de máximo aprovechamiento del cadáver puesto que ha sido donado y tenemos la obligación de hacer que se aproveche lo máximo posible». Además de ello, añadía: «Y también cumplimos con el principio de mínima acumulación, entre otras cosas, porque no tenemos estructura para acumular» terminaba diciendo.
La directora también destacó la importancia y responsabilidad de todos los trabajadores del centro: «aquí, en el centro, lo tenemos clarísimo. Hay un código ético que todos hemos firmado, una responsabilidad compartida. La responsabilidad de lo que ocurre en el centro es de todos y cada uno de los profesionales del CDC», «Exigimos que se cumplan las normas al milímetro. Y nosotros aquí nos responsabilizamos de todo y nos vigilamos mutuamente. El hecho de trabajar juntos hace que todos los movimientos estén controlados» con el objetivo de dejar claro que otro incidente, como el sucedido en 2014, no puede volver a ocurrir.
Actualmente, el procedimiento para donar el un cuerpo al CDC primero consiste en rellenar personalmente los documentos exigidos por el propio centro. Una vez completados el centro debe de verificar que dicho cuerpo puede ser utilizado para la enseñanza. Decir tiene que en algunos casos esto no puede ser posible, por ejemplo si el paciente tiene algún tipo de enfermedad como hepatitis o SIDA. Posteriormente, cuando se produzca la muerte, algún familiar cercano deberá de ponerse en contacto con el número de teléfono que el CDC le haya facilitado para proceder a la recogida del cuerpo. Por último, una vez aprovechado el cuerpo para la enseñanza, este pasará a ser enterrado o incinerado de acuerdo con lo que el paciente dejó por escrito en los documentos.
Estos hechos han supuesto algo aislado al igual que han acarreado consecuencias nefastas para la imagen de la Facultad de Medicina de la UCM, facultad de referencia nacional e internacional.
Esperamos y pedimos que estas circunstancias tan denunciables como excepcionales no empañen la imagen de aquellos que salvarán nuestras vidas un mañana, ni tampoco siembre dudas ante aquellos que altruista y generosamente deciden donar su cuerpo para que los profesionales de la medicina puedan avanzar en la investigación de las ciencias de la salud.