Con un táper a cuestas
Las relaciones sociales siempre se han establecido en torno a la comida. El pan y el vino en las eucaristías, las reuniones familiares, la celebración de fiestas populares con sus dulces y platos tradicionales… Parece un ambiente donde todo el mundo disfruta siempre alrededor de comida, pero la verdad es que no es así. Las personas que llevan una dieta vegana o vegetariana no disfrutan igual de estas reuniones, o al menos así nos lo cuenta Andrea, una joven que lleva cerca de tres años siguiendo este tipo de alimentación.
El proceso de transición
La joven madrileña nos cuenta que comenzó este proceso de transición debido a un trastorno alimentario: la bulimia. Cuando tenía 15 años, Andrea pensó que siendo vegetariana podría llegar a perder más peso, pero la verdad es que la falta de proteínas animales se transformó en un abuso de hidratos de carbono. Por supuesto este cambio no le hizo bien a su cuerpo y tuvo un efecto rebote que ella no imaginaba.
«En España no tenemos conciencia de alimentación, no sabemos lo que es una dieta saludable», nos responde Andrea. Los errores cometidos al comienzo de su camino hacia el veganismo ayudaron a nuestra protagonista a investigar para lograr una buena alimentación y superar su problema con la comida. «Para mí lo más difícil no fue dejar de comer carne, fue superar esa etapa de mi vida, que no solo era dejar de comer carne sino que la comida te deje de dar asco, por ejemplo».
Andrea lleva año y medio siendo vegana, y según nos cuenta, la mayor parte de la gente decide comenzar la transición con ciertos alimentos porque se informan del proceso de producción cárnica. Ella decidió comenzar con una dieta ovolactovegetariana, es decir, una dieta similar a la vegetariana donde hay ausencia de carne animal pero sí que incluye derivados como los huevos, el queso o la leche. A partir de ahí decidió ir eliminando los productos procedentes de la explotación animal, inclusive los que se testan sobre ellos.
El veganismo no solo ayudó a Andrea a conocer lo que significa una buena alimentación, sino que además le impulsó a ser mucho más independiente. Como sucede en la inmensa mayoría de las familias, la madre de Andrea se encargaba de preparar la comida para el resto de familia y eso incluía a su hija. Por esa razón su madre se preocupaba por qué hacer de comida a su hija todos los días, cómo innovar y poder sustituir los alimentos de procedencia animal. Fue entonces cuando Andrea se dio cuenta de que tenía que comenzar a cocinar ella. «Si tú quieres ser vegetariana o vegana es tu decisión y tú tienes que hacerte cargo de ello. Cuando aceptas que es una decisión tuya y que los demás no tienen por qué ser partícipes de ella, tu madre lo asimila y deja de preocuparse tanto por ti».
Así fue como Andrea comenzó a adentrarse en el mundo de la cocina. Nos comenta que antes sabía cocinar lo justo y a raíz del cambio de su dieta se puso a investigar otras formas de hacer las comidas tradicionales. Por ejemplo, uno de los elementos indispensables de la tortilla de patata es el huevo y por desgracia no está incluido dentro de las dietas veganas. Afortunadamente hay una técnica para conseguir un producto muy similar: la harina de garbanzo. Para Andrea es un lujo conseguir comer una tortilla de patatas de forma vegana. Además muchas veces la versión vegana está aún más sabrosa que la que conocemos. «Al principio cuesta pero luego es una satisfacción porque aprendes y a lo mejor quedas con tus amigos y puedes llevar algo comida vegana preparada por ti y la gente te contesta: ¡qué rico!».
Una de las dudas que nos surgen cuando Andrea relata su historia es: ¿quién hace la compra? Se sincera y nos cuenta que al principio era bastante cómoda y que, cuando su familia iba a hacer la compra, ella simplemente pedía lo que quería. Con el paso del tiempo ha aprendido a mirar al bolsillo y ha dejado de encargar los productos veganos a comprarlos ella misma. «Hay cosas que las sigue comprando mi madre», nos cuenta Andrea, «como la leche, que ella no la toma de vaca, o los yogures de soja. Pero hay otras como la levadura nutricional, la soja texturizada o gluten de trigo que las compro yo».
También comenta que hay que poner el ojo a la hora de comprar este tipo de productos. Muchos que llevan la etiqueta bio u orgánico suelen salir bastante más caros y para Andrea, una estudiante que vive en casa de sus padres, no siempre puede permitirse comprar los alimentos en sitios de comercio justo. Afortunadamente cadenas de supermercados como Mercadona o Alcampo disponen cada vez más de este tipo de productos a precios bastante económicos. Pero no siempre las grandes superficies y los alimentos veganos preparados son la mejor opción. Andrea cuenta que unos 750g de seitán de la marca Ahimsa cuestan 8€ el paquete, un alimento que emplea a la hora de hacer distintos platos, como hamburguesas. Sin embargo, no se limita a prepararlas con este producto, sino que también las hace de forma artesanal, a su gusto con cualquier tipo de alubia, y obtiene un resultado más económico.
El conflicto de las comidas familiares
La vida social de Andrea, o al menos parte de ella, se ha visto afectada al convertirse al veganismo. La limitación en la oferta de restaurantes no veganos ha llevado a Andrea a rechazar planes en los últimos años. Esto no ocurre sólamente con sus amistades, también dentro de su propia familia.
Salir a comer fuera se convierte en una carga cuando sus opciones se reducen a parrilladas de verduras o ensaladas, a las que posiblemente le tengan que quitarle la mitad de los ingredientes que incluye la receta original. Ante estas escasas posibilidades, Andrea ha decidido en varias ocasiones quedarse en casa mientras su familia iba a un restaurante. Aunque esto suene bastante triste, ella no piensa así, al contrario “no me he quedado pensando: «“¡Mi familia no me quiere!”; simplemente no ven las cosas como las veo yo. Y está bien, es normal. No todo el mundo debe compartir el mismo punto de vista ni estar de acuerdo con lo que hago, pero ellos me respetan y yo a ellos también». Aún así Andrea nos comenta que ha intentado llevar a sus padres a un restaurante vegano y, aunque ha sido a regañadientes, «terminaron lamiendo los platos y todo».
Según Andrea, su familia no se toma en serio su preocupación por la industria animal. «Se ríen de mí y luego hacen chistes todo el rato, como si tuvieran gracia». Para ella, estas bromas se han convertido en una costumbre que ha aprendido a ignorar. «Me llevo mi propia comida y me preguntan: “¿Vas a comer solo eso?”. También me suele pasar que miran mal mi comida, o directamente dicen: “¡Que asco!”, luego la prueban sin permiso, se van y cuando me doy cuenta me queda la mitad del plato.» Ella achaca todo esto a una falta de respeto, ya que según afirma, de no ser por llevar este tipo de dieta, ningún familiar haría alusión a si se alimenta bien o mal, o si se va a quedar con hambre.
Esas faltas de respeto no se limitan a los chistes fáciles, también a la falta de interés por el estilo de vida que sigue. «Me gustaría que se informaran acerca de esto, porque no se han molestado en preguntar ni por qué lo hago o si de verdad me alimento bien y estoy sana», explica la joven. La familia materna de Andrea ha crecido en una cultura de caza por vivir en Cáceres, Extremadura, por lo que uno de los aspectos que más echa de menos es la falta de comprensión entre sus más allegados. «A veces pienso que no tendrían que machacar tanto con estos comentarios, porque se supone que son mi familia y apoyan mi decisión. No les voy diciendo que la carne es mala y que no la coman, porque algunos de ellos, ya mayores, jamás se han planteado que matar animales está mal», argumenta.
Aunque esa sea la dinámica entre Andrea y su familia materna, hay varias personas de su familia entre las que sí encuentra una cara amiga. Su familia paterna suele tener más consideración a la hora de hacer comidas familiares y, si el menú no está adaptado directamente, siempre preparan algo especialmente para ella.
Las relaciones fuera del hogar
Respecto a su círculo de amigos ocurre algo bastante similar a su familia. Andrea reconoce que a veces la gente no la llama para ir a cenar porque «”no puedo ir a ningún sitio” y para pedir una ensalada por la que me cobren 9€, prefiero no ir.»
Otras veces prefiere ella llevarse su propia comida en táperes. Andrea se calienta la comida antes de salir de casa y, mientras sus amigos comen la comida del restaurante, ella saca su táper. Como nos cuenta, es algo que debe hacer porque no le queda otra opción: «Un día era el cumpleaños de un amigo e íbamos a ir a una cervecería alemana, y toda la comida que había allí era o salchicha o hamburguesa o las dos cosas juntas. Entonces, lo que hice fue que me llevé dos táperes: uno con crema agria y otro con soja texturizada a modo de “carne picada”. El problema es que si me sobra algo lo tengo que tirar, algo que no me gusta hacer pero hay cosas que tienen que estar en la nevera y no puedo llevarlas en la mochila durante tanto tiempo.»
Ante la falta de opciones veganas en los restaurantes Andrea ha perdido la vergüenza y ha empezado a llevarse su comida para complementar las escasas opciones que le ofrecen en los restaurantes. «Alguna vez hemos ido al Telepizza y al pedir mi pizza sin queso siempre me preguntan por qué, a lo que siempre respondo que por alergia, aunque no sea cierto. Finalmente cuando traen mi comida saco mi táper con seitán cortado en cuadraditos y se lo echo a mi pizza. Así no tengo el miedo de quedarme siempre con hambre».
En su universidad sucede lo mismo. El catering no ofrece un buen menú vegetariano y la mayoría de veces se basa en una menestra de verduras, pero como dice Andrea: «si no hay variedad es como si no hubiera nada porque no es un menú equilibrado y tiene carencias». Así que, nuevamente, tiene que preocuparse por hacerse la comida y no olvidar el táper.
A pesar de tener que llevar la comida siempre a cuestas, Andrea comparte este tipo de dieta con la mayoría de sus amigas de la universidad, que son vegetarianas o veganas, por lo que suelen quedar para ir a comer a restaurantes veganos de Madrid. Como nos cuenta, «Nos socializamos en torno a la comida, nos comprendemos y disfrutamos de un espacio donde nadie nos va a preguntar: “¿y qué pasaría si comes carne?”. Todas compartimos una ética y política similar, en un entorno donde nos llevamos bien y somos diferentes. La mayor parte de nosotras somos antiespecistas y activistas, y nos sentimos muy cómodas dentro de este espacio seguro. No es que no vayamos a relacionarnos con alguien que no sea vegano, pero sentir que te sientes respaldada y apoyada por un grupo que te comprende cómo piensas, por qué lo haces, y qué defiendes es muy halagador.»
Aunque Andrea haya encontrado un grupo de personas en el que sentirse segura no solo por la forma de alimentarse, sino también por la de pensar, entiende que no todo el mundo puede llevar a cabo el proceso de cambio: «Pienso que si la gente no es vegana no es porque los productos sean muy caros, sino porque el veganismo es una ideología y un estilo de vida que conlleva eliminar todo lo que conoces y construir toda tu vida de manera diferente. Y eso es muy difícil, es un paso que tienes que dar por ti solo.»
Para ella el veganismo es más que una dieta, «es una política, es un estilo de vida, no es la dieta como tal. Yo soy vegetariana estricta si nos ceñimos a la comida, en ocasiones soy vegana también pero actualmente bajo el capitalismo que vivimos es muy difícil serlo al 100%.»
El polémico B12
Al ser estudiante de Enfermería, Andrea tiene mayores conocimientos a la hora de decidir sobre cómo alimentarse, qué elementos necesita, y cuál de ellos puede tener carencia. En torno al veganismo y vegetarianismo, siempre se ha hablado de que estas dietas presentan faltas de la vitamina B12, que no provienen de los animales, sino de lo que estos se alimentan. «Yo tomo dos pastillas de B12 a la semana, lo que viene siendo 2.000 microgramos, lo que debería ser la ingesta semanal de esta vitamina para una persona adulta.»
Sin embargo, Andrea tiene sus dudas sobre si las dietas carnívoras carecen de ella también, pues la alimentación de los animales es tan solo para cebarlos lo más rápido posible y, después, terminar con sus vidas para el consumo humano. «Antes no consideraba tan importante tomarla; ahora creo que todo el mundo debería tomar suplementos de B12, si te faltan puedes correr el riesgo de sufrir una anemia por avitaminosis de B12.»
Como nos cuenta Ana Hernández, una joven recién graduada en nutrición, la vitamina B12 es conocida como la vitamina de la energía. Esta vitamina es fundamental para que el cuerpo realice varias funciones vitales como la producción de energía, la hematopoyesis, la síntesis del ADN y la formación de mielina. Es esencial para mantener sanas las neuronas y los glóbulos sanguíneos.
La vitamina B12 pertenece al grupo de vitaminas que se disuelven en el agua, pero a diferencia de otras, esta no es expulsada por la orina sino que el hígado y los riñones la almacenan para guardar reservas.
Hernández nos cuenta que todo el mundo hoy en día puede padecer de una carencia de vitamina B12 ya que llevamos una alimentación a base de comida “no real” y la industria ganadera ya no pasta del suelo, que es donde se encuentra este tipo de vitamina. “Al ser una vitamina de origen bacteriano, solo se encuentra en la tierra. Ni los animales ni los vegetales la poseen de forma natural”, comenta la joven
¿Es posible el veganismo?
Queda claro que los seres humanos, sin estos hábitos culturales en torno a la comida, no seríamos los mismos. Disfrutamos comiendo. En ocasiones quedamos solo para comer, para tomar un café. Incluso cuando salimos a dar un paseo y no tenemos intención de tomar nada, terminamos picando. Las personas veganas no tienen tantas opciones para esto. Y no se nos pasa por la cabeza las limitaciones que escogen por una causa justa.
A día de hoy existe una gran estigmatización hacia el colectivo, a pesar de que no obligan a nadie a transformar su alimentación hacia unos hábitos de consumo libres de crueldad animal. Sin embargo, suelen ser prejuzgados, en especial a través de las redes sociales. Cuesta asumir todo lo que hay detrás de una alimentación carnívora, y nos acomodamos en nuestra burbuja de ignorancia, en lugar de hacer algo por cambiar la situación. Quizá el problema está en que no nos preguntamos por qué nuestra alimentación es así, lo que conlleva y lo justificamos porque “está muy rico”, y nos olvidamos del tema.
A pesar de todo, gracias a las redes sociales y la visualización del colectivo vegano, la apertura de establecimientos que rechazan el maltrato animal (tanto alimenticios, como de productos de belleza naturales, e incluso ropa) y, como podemos ver en el mapa, la variada oferta de restaurantes veganos en la ciudad de Madrid, nos queda claro que ha habido un notable avance de la causa en los últimos años. Es un camino difícil, pero se están dando los primeros pasos; y aunque algunos justifiquen que hay luchas más importantes que la igualdad animal, nadie puede negar que los veganos se están abriendo paso en la sociedad con una voz más fuerte y se va visibilizando cómo sí hay alternativas reales de un consumo justo y ético.
que buen reportaje!! Todo el mundo deberíamos concienciarnos del maltrato animal.
¡Qué intersante! ¡Muy buen reportaje!
Interesante artículo sobre el veganismo y todo lo que conlleva. Todo el mundo tendría que tener más conciencia de ello.
Pienso que la base de todo está en una buena educación que nos ayude a conocer y decantarnos por el tipo de dieta más acorde y saludable para cada uno de nosotros. Muy buen reportaje!!
Un artículo realmente interesante acerca de cómo es el veganismo en primera persona. En España deberíamos estar mejor informados para establecer unos hábitos a la hora de comer que no impliquen maltrato animal.
Esta publicación me hecho reflexionar y conocer más esta situación, a tener en cuenta
Curioso artículo para saber un poco más sobre el día a día de los veganos.