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periodismo universitario en internet

No son maneras de tratar al teatro

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“Recruiting Officer”/ Foto de Johan Persson.

El pequeño teatro madrileño vive sus peores momentos. Más allá de los éxitos de personajes como Concha Velasco o Arturo Fernández, los trabajadores más modestos se encuentran en una situación dramática, acuciados por la gestión de la cultura por parte del Gobierno central y su 21% de IVA, o las ausentes ayudas de la Administración regional.

Sin embargo, los datos que arroja el último Anuario de Estadísticas Culturales del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, aunque no invitan al optimismo, no resultan todo lo desoladores que pudiera esperarse: desde inicios de la pasada década hasta el principio de la crisis económica, la asistencia al teatro ha bajado algo más de cuatro puntos (del 23,4 al 19,1% en toda España), un descenso no demasiado violento en comparación con, por ejemplo, la asistencia a las salas de cine.

Pero, ¿cómo representan estas cifras a la realidad general del teatro? El escritor irlandés George Bernard Shaw –uno de los gigantes del teatro del siglo XX–, decía: “La estadística es una ciencia que demuestra que si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos uno”. Quizá visitar el Teatro del Canal al término de la representación de Ensayando Don Juan y después acercarse a La Usina, Montacargas, La Escalera de Jacob o LiberArte nos dé la verdadera foto del estado del teatro en Madrid.

“Es absolutamente imposible vivir del teatro. De ningún tipo de teatro, a no ser que seas Concha Velasco”, nos cuenta Christian Vázquez, actor y dramaturgo con más de quince años de experiencia en este mundo.

Mientras el gran teatro, el de las grandes estrellas de la escena española, consigue llenar todas sus funciones con un mes de antelación o perpetuarse en el tiempo (Bertín Osborne y Arévalo como improbable respuesta castiza al off-Broadway neoyorkino con sus obras Mellizos y 2 caraduras en crisis), las salas de teatro alternativo empiezan a tener un único espectador asiduo: esas bolas de paja que rodaban por los parajes del Lejano Oeste sin mayor signo de vida a su alrededor.

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El actor Antonio Esquinas/ Foto: colorjesus 2010.

“Hay muchísima calidad en pequeñas salas en Madrid, grandes directores, actores maravillosos, muy buenos escritores…”, dice Antonio Esquinas, director y actor de teatro, cine y televisión con larga trayectoria en todos estos campos, y todavía en cartelera con la película Bajo un manto de estrellas (2013, Óscar Parra de Carrizosa), “pero no tiene publicidad, no son conocidos o no llegan al gran público”. Preguntado por las posibilidades de supervivencia que le ofrece el teatro, Esquinas ríe. “Nosotros estamos siempre en crisis”.

Con semejante panorama, sería de esperar que la Comunidad de Madrid interviniese para impulsar al pequeño teatro, pero nuestros entrevistados difícilmente pueden contener la risa cuando se les pregunta por las ayudas oficiales. “La Comunidad da la espalda a cualquier tipo de representación cultural (…), [pero] cuando algo pega un boom, enseguida la Comunidad de Madrid está de por medio”, dice Christian Vázquez. “La Comunidad no ayuda, no interesa que ayude, no interesa que los artistas tengan voz y voto”.

Aficionados a las caras.

¿Pero por qué parece que el público prefiere pagar entradas a 30 euros en teatros de clase media como La Latina, el Nuevo Apolo o el Alcalá (por no hablar de, por ejemplo, los más de 80 euros de la mayoría de entradas para El Rey León en Gran Vía) frente a los aproximadamente 10 euros de las pequeñas representaciones? Vázquez descarta que el público del teatro sea esencialmente elitista: básicamente, cree que la mayor parte del público que llena el patio de butacas “no es aficionado al teatro, es aficionado a las caras”. Para él, el gran público “está acostumbrado a ver lo que le gusta; si les das algo que le pueda hacer pensar, acorralarle, se siente agredido (…) Es un público que no quiere abrirse, ¡mi abuela no entiende mis obras de teatro!”.

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Christian Vázquez en un momento de la representación de Yepeto, de Roberto Cossa/ Compañía Trax Trex Trix.

En cualquier caso, el dramaturgo y actor rechaza de pleno que se trate de algo educacional: “La gente joven sabe que hay teatro, hay más información que nunca”. “Si [la cuestión] fuera educacional, yo no habría pisado una sala de teatro en mi vida, no sabría quién es Bertold Brecht y escribiría unas faltas de ortografía como camiones”, opina.

El viejo bedel Ataúlfo entra a limpiar tras la representación de No son maneras de tratar a una dama, en el Teatro Alfil. Lo hace más por costumbre que por necesidad: hoy sólo han sido ocupadas 14 butacas. Se trata de un escenario, nunca mejor dicho, cada vez más habitual en el panorama del teatro en Madrid: mucha diversidad artística, muy poco público.

El bedel Ataúlfo recoge, una noche más, su ajado mocho y se prepara para volver a su casa. Antes de cerrar, dirige un último vistazo a las paredes que han sido su casa durante los últimos veinte años. Una casa que en otros tiempos solía recibir muchas visitas. Como dice Antonio Esquinas, “El público es la parte más importante del teatro. Sin él, no hay teatro”.

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